Escrito por Rachele Cervaro y Gábor Kovács
Bolivia es un país pequeño, pero lleno de sorpresas. Sucre, con sus tranquilas calles blancas, fue la ciudad que más positivamente nos sorprendió en toda Sudamérica; Potosí, con su historia minera tan dura como fascinante, nos dejó sin palabras; y, por último, el tour de varios días por el Salar de Uyuni y el Parque Nacional Eduardo Avaroa, donde nos sentimos completamente desconectados del mundo.
Bolivia no es un país fácil para viajar, sobre todo por la altitud, el frío en algunas zonas y unas infraestructuras bastante básicas. Pero esa misma dificultad forma parte de su encanto. Este viaje fue una mezcla de asombro constante, paisajes inolvidables y momentos que nos exigieron salir de la zona de confort. Aquí te contamos cómo fue nuestra experiencia y qué puedes esperar si decides hacer una ruta parecida.
Lago Titicaca y la Isla del Sol
El Lago Titicaca es considerado el lago navegable más alto del mundo. Esta enorme masa de agua dulce se reparte entre Perú y Bolivia, y nosotros lo visitamos desde el lado boliviano. Aunque hay otros lagos en el país, ninguno se puede comparar con la inmensidad del Titicaca, que más que un lago parece un mar. Además de sus paisajes impresionantes, también la leyenda del lago Titicaca es parte del encanto que atrae a muchos viajeros. En este artículo te contamos cómo fue nuestra experiencia en este rincón especial de Bolivia.
La leyenda del Lago Titicaca
Cuenta la leyenda del lago Titicaca que, en tiempos antiguos, los hombres que vivían en esta región eran felices, no les faltaba nada y no conocían el sufrimiento. Los dioses Apus, sin embargo, les impusieron una sola norma: tenían prohibido subir a la cima de las montañas que rodeaban el valle, donde ardía el Fuego Sagrado.
El diablo, incapaz de soportar tanta felicidad, logró tentar a los hombres para que desobedecieran a los dioses y subieran a la cima. Como castigo, los dioses enviaron a unos pumas que arrasaron con toda la población, dejando con vida solo a una pareja. Viendo la masacre, Inti, el dios del sol, comenzó a llorar desconsoladamente durante 40 días. Se dice que con sus lágrimas se formó el Lago Titicaca. Cuando el sol volvió a salir, los pumas se habían convertido en piedra. De ahí viene el nombre del lago: “Titi” significa puma y “qaqa”, piedra, en la lengua local.
Copacabana, el pueblo turístico del Lago Titicaca
Copacabana está situado a orillas del lago y es el punto de partida ideal para conocer esta zona y visitar la isla del Sol. Aunque es un lugar bastante turístico, se respira tranquilidad. Las temperaturas son frías durante todo el año debido a los más de 3.800 metros de altitud, y los alojamientos suelen estar poco preparados para el frío nocturno, ya que no cuentan con calefacción.
Copacabana no tiene muchas actividades, más allá de subir a la colina para disfrutar de las vistas al atardecer. Durante nuestra estancia allí, Gábor estaba algo enfermo por culpa de un diente que le seguía dando fiebre, así que no hicimos gran cosa.
Excursión a la isla del Sol
La gran atracción del lago Titicaca en el lado boliviano es la isla del Sol. Este lugar tiene una fuerte carga simbólica en la mitología inca, ya que se considera el sitio donde nació el sol. Además, todavía se conservan restos arqueológicos anteriores a los incas, de la cultura aymara, originaria de esta zona.
Nada más llegar en barco, un señor que vive en la isla se ofreció como guía para mostrarnos el museo y las ruinas. Pagamos la entrada y lo seguimos durante la visita. Caminamos por algunas playas y llegamos a unas huellas conocidas como las huellas del sol. Según la leyenda, fueron dejadas por el propio sol, y de ahí viene el nombre de la isla.
Las huellas tienen forma de pie derecho e izquierdo, y nosotros pasamos encima de ellas descalzos. En las ruinas también hay una mesa que antiguamente se usaba para sacrificios de llamas, e incluso de personas. Hoy en día se siguen realizando ofrendas con llamas en celebraciones especiales, y la mesa se utiliza también como altar ceremonial para bodas, ya que está frente a la roca sagrada con forma de puma.
También entramos en un pequeño laberinto donde hay una fuente sagrada. El guía nos roció con su agua como si fuera un pequeño “bautizo”, con la intención de alejarnos los problemas y atraer la buena suerte.
Después, con un pequeño grupo muy majo —un italiano, un catalán y una paraguaya— hicimos la caminata que recorre la isla de norte a sur. Fue un paseo precioso, con vistas al lago durante casi todo el camino.
Información para tu visita a la Isla del Sol
Durante el recorrido por la isla puede que te encuentres con algunos locales que intenten cobrarte entradas, a veces de 15 bolivianos, otras veces de 5. En muchos casos, estos cobros no son oficiales y solo buscan sacar algo de dinero a los turistas. Si te dicen que te pedirán el ticket antes de subir al barco, responde que lo pagarás cuando llegue ese momento. Normalmente no te lo vuelven a pedir.
Sucre, la bonita capital de Bolivia
Aunque muchos piensan que La Paz es la capital de Bolivia, en realidad la capital constitucional del país es Sucre. Para nosotros, fue sin duda la ciudad más agradable que ver en Bolivia (y quizás en toda Sudamérica). No solo por sus edificios coloniales o sus plazas tranquilas, sino también por su clima, mucho más suave que el de otras ciudades del altiplano boliviano. Pasamos aquí unos días muy agradables, disfrutando del ambiente tranquilo y relajado de una ciudad con mucho encanto. En este artículo te contamos lo mejor que ver en Sucre.
La Plaza 25 de Mayo y sus alrededores
Sucre está llena de arquitectura colonial, con muchas iglesias blancas, fachadas elegantes y plazas con encanto. El corazón de todo es la Plaza 25 de Mayo, la plaza central, un lugar ideal para sentarse bajo la sombra de los árboles, observar la vida cotidiana o simplemente descansar un rato. Es un espacio muy cuidado, lleno de bancos, estatuas y rodeado de edificios históricos que le dan carácter a la ciudad.
El convento de San Felipe Neri
Una de nuestras visitas favoritas en Sucre fue el convento de San Felipe Neri, al que se accede curiosamente a través de una escuela. Es uno de los sitios donde más tiempo pasamos en la ciudad. El edificio es completamente blanco y transmite una sensación de paz y de historia en cada rincón.
La señora que estaba en la entrada, muy simpática, nos prestó la llave para subir a la azotea del convento. Desde arriba hay unas vistas preciosas del centro histórico, con los tejados rojos de la ciudad extendiéndose bajo tus pies.
El Parque Bolívar
Otro rincón que nos gustó mucho fue el Parque Bolívar, situado justo detrás del teatro. Es un parque muy cuidado, con zonas para sentarse, pasear y descansar. Tiene un toque europeo, y no solo por su estilo ordenado y elegante: dentro del parque hay una pequeña réplica del Arco del Triunfo y una mini Torre Eiffel que le dan un aire francés muy curioso.
La colina de La Recoleta
Para terminar la jornada, subir a la colina de La Recoleta es un plan perfecto. Desde allí se tiene una de las mejores vistas panorámicas de Sucre, sobre todo al atardecer. La zona es muy tranquila, hay hoteles con terrazas que se pueden visitar para disfrutar de las vistas sin necesidad de consumir nada, y el ambiente es muy relajado.
Aunque el centro de Sucre se puede recorrer tranquilamente en pocas horas, nos pareció una de esas ciudades donde uno se siente a gusto desde el primer momento. Es un lugar donde podríamos habernos quedado bastante más tiempo, incluso donde uno se imagina viviendo una temporada.
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Viajar por Bolivia es una experiencia única llena de paisajes increíbles, cultura diversa y sitios históricos impresionantes, pero también con desafíos propios que conviene tener en cuenta. Desde la altitud en lugares como La Paz y el Salar de Uyuni, hasta las condiciones cambiantes del clima en el altiplano y los caminos en zonas remotas, los imprevistos pueden ocurrir en cualquier momento.
En nuestro viaje por Bolivia, tuvimos claro que contar con una buena protección era esencial para disfrutar sin preocupaciones. Con Heymondo viajamos siempre seguros: la contratación es rápida y digital, ofrecen atención médica 24/7 desde su app, y su cobertura abarca desde molestias leves hasta emergencias en lugares alejados como el Parque Nacional Eduardo Avaroa.
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Las minas de Potosí
Potosí es otra de las ciudades coloniales más importantes de Bolivia. Aunque tiene un centro histórico bonito, para la mayoría de los viajeros el principal motivo para venir hasta aquí son las minas del Cerro Rico, sin duda uno de los lugares más impactantes que visitar en Bolivia.
Situada a nada menos que 4.066 metros de altitud, la ciudad vive bajo la sombra imponente del Cerro Rico, la montaña que le dio fama mundial. Durante siglos, estas minas estuvieron repletas de plata, pero hoy en día lo que se extrae principalmente es zinc. A lo largo de su historia, miles de mineros han trabajado –y siguen trabajando– en condiciones muy duras para buscar su sustento. Aquí te contamos cómo fue nuestra visita a este lugar tan particular.
Visitar las minas de Potosí
Llegamos a Potosí un domingo, y ese día los mineros no trabajan, aunque las visitas guiadas siguen funcionando. Al día siguiente se preveía un bloqueo de carreteras por parte de los mineros, lo que podría habernos impedido salir hacia Uyuni. Así que, aunque normalmente es más interesante hacer la visita cuando están trabajando, en nuestro caso no tuvimos otra opción.
Pasamos unas dos horas y media en el interior de la mina junto con Freddy, nuestro guía. No había nadie más y el silencio era absoluto. Durante el recorrido, visitamos al «Tío», una figura muy respetada por los mineros, algo así como el protector del subsuelo. Le llevamos unos cigarrillos, como es costumbre, antes de seguir bajando por los túneles.
Descendimos hasta el nivel 8 de la mina, que está a unos 120 metros por debajo del pasillo principal. Allí hacía bastante calor. Las escaleras que se utilizan para bajar entre niveles están hechas de madera por los propios mineros. Hay que ir con cuidado, pero se puede hacer sin grandes dificultades.
Freddy nos explicó muchas cosas sobre la vida minera. Él mismo trabajó durante años en las minas y conoce de primera mano cómo es el día a día allí. Los mineros mastican hojas de coca para aguantar mejor el hambre y el cansancio. Beben alcohol puro, conocido popularmente como «whiskey boliviano», porque según ellos no da resaca. Nunca comen dentro de la mina, ya que se considera de mala suerte. Normalmente hacen una comida fuerte antes de entrar y otra cuando vuelven a casa. Tampoco se permite la entrada de mujeres de su familia, también por cuestiones de superstición.
Nos impresionó profundamente ver en primera persona el entorno en el que estas personas trabajan a diario, con tan pocos recursos y por salarios muy bajos. A nosotros no nos afectó la altitud ni sufrimos claustrofobia, pero lo que sí notamos es que se pierde por completo la noción del tiempo. Al estar todo oscuro y solo tener la luz del casco, uno no sabe si ha pasado media hora o dos.
Visitar las minas de Potosí es una experiencia dura, pero muy enriquecedora. Si no tienes problemas serios de claustrofobia, nosotros la recomendamos totalmente.
El Salar de Uyuni – excursión por el altiplano boliviano
Uno de los momentos más esperados de cualquier viaje a Bolivia es la excursión de varios días por el altiplano boliviano, una experiencia que sale desde Uyuni y atraviesa algunos de los paisajes más increíbles del país. En estos tours en vehículos 4×4 se visita el Salar de Uyuni, la salina más grande del mundo, y se recorren sitios como el cementerio de trenes, el Parque Nacional Eduardo Avaroa con sus lagunas llenas de flamencos, géiseres y formaciones rocosas.
Es una experiencia única, pero también hay que tener cuidado al elegir la agencia, ya que no todas garantizan condiciones mínimas de seguridad. En los últimos años se han registrado varios accidentes, algunos con consecuencias graves, debido al mal estado de los vehículos o la imprudencia de los conductores. Por eso conviene informarse bien antes de contratar. A continuación, te contamos cómo fue nuestra experiencia recorriendo el altiplano boliviano. Una aventura con paisajes inolvidables, sorpresas de última hora y algunos momentos algo extremos.
Día 1. El Salar de Uyuni
La mayoría de los tours comienzan en Uyuni y, según la opción que elijas, terminan en la misma ciudad o en San Pedro de Atacama, ya en territorio chileno. Uyuni no es precisamente una ciudad bonita. Es un lugar bastante polvoriento y caótico, donde los precios están muy adaptados al turismo, así que preferimos pasar allí solo una noche antes de arrancar la ruta.
El primer alto en el camino fue en el famoso cementerio de trenes, un lugar curioso a las afueras de Uyuni. Se trata de una explanada llena de locomotoras y vagones abandonados, de origen inglés y francés, que han quedado como testigos oxidados de otra época. Los visitantes pueden subir a las estructuras para hacerse fotos; es una parada bastante fotogénica, aunque no se tarda mucho en verla.
Luego hicimos una breve parada en un pequeño pueblo donde se trabaja con la sal extraída del salar. Allí visitamos un mini museo con esculturas de sal, y después nos dirigimos hacia lo que más esperábamos: el Salar de Uyuni. La entrada al salar impresiona desde el primer momento. Todo es blanco hasta donde alcanza la vista, como si fuera nieve, pero en realidad es sal. En algunas zonas, el grosor supera los 100 metros.
Paramos en varios puntos para ver los montones de sal que se forman tras la extracción, y también los llamados “ojos del salar”, pequeños pozos donde el agua sube a la superficie. Luego llegamos a un antiguo hotel de sal, que ya está en desuso porque afectaba negativamente al entorno. Este lugar fue el escenario perfecto para sacar las típicas fotos con perspectiva, aprovechando la inmensidad blanca y el horizonte plano. Como muchos viajeros, nos entretuvimos un rato haciendo fotos surrealistas jugando con la ilusión óptica.
Más tarde visitamos la Isla del Pescado, una isla en medio del salar donde crecen cactus gigantes. Hay uno que alcanza los 9 metros y se calcula que tiene unos 900 años. Subimos hasta un mirador desde donde se tiene una panorámica impresionante del salar, con los cactus en primer plano y las montañas al fondo.
Antes de salir del salar hicimos una última parada para contemplar la puesta de sol. El viento se había levantado bastante y el frío era intenso, pero valió la pena quedarse hasta el final. Pasamos la noche en un alojamiento hecho de sal: mesas, sillas e incluso la base de las camas estaban fabricadas con bloques de sal. Un lugar original para cerrar el primer día del tour.
Día 2. Ruinas indígenas y el Parque Nacional Eduardo Avaroa
La segunda jornada de nuestro tour comenzó temprano, dejando atrás el mágico Salar de Uyuni para seguir explorando los paisajes extremos del altiplano. Antes de adentrarnos en el Parque Nacional Eduardo Avaroa, hicimos una breve parada en Laquaya, un pequeño yacimiento donde se conservan ruinas incas. El lugar, aunque poco conocido, tenía un ambiente muy especial. Más adelante visitamos una necrópolis precolombina, con tumbas de piedra en cuyo interior todavía se conservaban restos momificados, algo que nos impactó bastante.
Tras estas visitas culturales, volvimos a ganar altitud hasta encontrarnos con el volcán Ollagüe, que se alza majestuoso en la frontera con Chile. Desde la distancia pudimos ver claramente el humo saliendo del cráter, una imagen que parecía sacada de otro planeta.
A medida que avanzaba el día, el cielo se fue nublando, empezó a soplar un viento fuerte y la temperatura cayó en picado. A la hora del almuerzo paramos junto a una laguna de aguas tranquilas donde vimos los primeros flamencos andinos y de James. Nos encantó el momento, aunque comer en esas condiciones fue todo un reto: el viento helado nos cortaba la cara y nos costaba hasta sostener los cubiertos sin que se nos congelaran las manos.
En la siguiente parada nos llevamos una grata sorpresa: decenas de flamencos se acercaban a la orilla sin miedo, y pudimos observarlos a muy poca distancia. Fue uno de los momentos más bonitos del día.
Continuamos el trayecto con paradas más breves. Una de ellas fue el famoso árbol de piedra, una curiosa formación rocosa moldeada por el viento que recuerda a un árbol solitario en medio del desierto. Sin embargo, el avance fue más lento de lo previsto porque el vehículo empezó a fallar: tuvimos problemas con la suspensión, y el camino, ya de por sí exigente, se volvió más complicado.
Al final del día llegamos a la Laguna Colorada, uno de los paisajes más icónicos del altiplano. Su color rojizo intenso, provocado por algas y sedimentos, contrasta con el blanco de la sal en los bordes y el rosa de los flamencos. A pesar del frío que hacía —uno de los más intensos que recordamos del viaje—, nos quedamos un rato contemplando este lugar único.
La noche, en cambio, fue bastante dura. El alojamiento donde nos quedamos estaba en condiciones muy precarias: sin calefacción, con ventanas rotas por donde entraba el viento, y nos cobraban aparte por cosas tan básicas como papel higiénico o mantas extra. Como si fuera poco, nos informaron de que debido a la nevada intensa en la zona chilena se había cerrado el paso a San Pedro de Atacama, así que el itinerario previsto para el tercer día se tuvo que cancelar por completo.
Por suerte, el chófer accedió a llevarnos a otro paso fronterizo que seguía abierto, aunque tuvimos que pagar un suplemento para que hiciera el cambio de ruta.
Día 3. Ruta alternativa para cruzar a Chile
El tercer día empezó con cierto desconcierto, ya que no sabíamos muy bien cómo acabaría la jornada. El plan original, que incluía varias lagunas y los géiseres del Sol de Mañana, quedó suspendido por el mal tiempo y el cierre del paso fronterizo habitual.
En su lugar, pusimos rumbo hacia el paso de Ollagüe, más alejado pero aún operativo. Por el camino hicimos una parada en un pueblo remoto para desayunar y, aunque seguía haciendo frío, el día fue más tranquilo y soleado. En el camino vimos varios suris, unas aves grandes y elegantes parecidas a los avestruces, que caminaban por la estepa con total naturalidad.
También pasamos por una zona conocida como la Ciudad de Piedra, un paraje lleno de formaciones rocosas de formas caprichosas. Con algo de imaginación se podían distinguir siluetas de animales y figuras humanas: un león, un loro, una cabeza gigante…
Al llegar a la frontera boliviana nos encontramos con una última sorpresa: nos pidieron pagar una especie de tasa por el sello de salida, algo que parecía más una excusa para sacar dinero a los turistas que una medida oficial. Aun así, no teníamos tiempo para discutir. Desde el lado chileno ya veíamos el autobús que nos llevaría directamente a San Pedro de Atacama, así que simplemente pagamos y cruzamos.
Este tour por el altiplano boliviano ha sido, a pesar de las dificultades, la experiencia más impresionante de nuestro viaje por Bolivia. Los paisajes que vimos —el salar, las lagunas, los volcanes y las formaciones geológicas— nos parecieron casi irreales. Aunque el mal tiempo nos obligó a modificar parte del recorrido, y las condiciones de alojamiento fueron bastante duras, seguimos pensando que el Salar de Uyuni y sus alrededores son de los lugares más espectaculares que hemos visitado nunca.
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