Escrito por Rachele Cervaro y Gábor Kovács
Fiyi es un destino que es el sinónimo de un Paraíso lejano, con playas de arena blanca, aguas cristalinas y un ritmo de vida tranquilo que invita a desconectar. Nosotros tuvimos la suerte de recorrer varias de sus islas y vivir experiencias que van más allá de las postales típicas. Desde alojamientos en cabañas tradicionales hasta días completos de snorkel en arrecifes llenos de vida, pasando por la oportunidad de conocer a gente local con una cultura fascinante y abierta. En este post te contamos cómo fue nuestro viaje por Fiyi, este maravilloso rincón del Pacífico Sur.


Primeros pasos en Fiji: entre bienvenidas, papeleos y kava
Nada más aterrizar en Nadi, la ciudad principal de la isla más grande de Fiji, aprendimos la palabra que más íbamos a escuchar durante todo el viaje: “Bula”. Se usa para todo, desde un simple saludo hasta una forma de mostrar buena energía. Es una de esas palabras que enseguida te hacen sentir que estás en un lugar especial.
Habíamos llegado en un vuelo desde Christchurch con la emoción de comenzar esta nueva etapa del viaje, aunque no todo fue rodado desde el primer momento. En el avión rellenamos el clásico formulario de entrada al país, pero se nos olvidó pedirle la dirección a Diane, la chica que nos iba a hospedar en Nadi a través de Couchsurfing. Así que dejamos esa parte en blanco… y claro, en inmigración eso no les hizo demasiada gracia. Al decir que íbamos a casa de una amiga, nos mandaron directamente a hablar con el «jefe», como si hubiéramos cometido una travesura.
Por suerte, justo en la zona de llegadas nos esperaba una amiga de Diane, que pudo dar la dirección y confirmarlo todo. Nos dejaron pasar, pero no sin antes dejarnos claro que en Fiji no ven con muy buenos ojos el Couchsurfing. El país vive principalmente del turismo, y existe la idea de que los visitantes deben alojarse en hoteles o resorts. Nos contaron que incluso ha habido algún problema serio con esta práctica, aunque en nuestro caso todo salió bien y nadie tuvo que rescatar a nadie.
Después del susto, lo primero que vivimos fue una bienvenida inolvidable. En casa de Diane, que es irlandesa y vive en Nadi con su marido fiyiano, nos recibieron como si fuéramos viejos amigos. Entre risas y anécdotas, sus amigos organizaron una auténtica ceremonia del kava, una tradición que forma parte del alma cultural del país.
Para quienes no lo conozcan, el kava es una raíz que se mezcla con agua y se bebe en grupo, siguiendo un ritual muy concreto. Todos nos sentamos en círculo, se reparte el kava en un cuenco grande y, antes de beber, hay que decir «Bula», aplaudir tres veces y luego tomarlo de un solo trago. El sabor, sinceramente, no es el mejor del mundo (más bien terroso), pero el gesto, la conexión con los locales y ese ambiente de bienvenida lo compensan todo. Además, tiene un efecto relajante y es parte esencial de muchas celebraciones comunitarias.
Una amiga de Diane, que conoce bien cómo moverse por el país, nos ayudó a planificar el itinerario. En vez de comprar el clásico Bula Pass (muy cómodo, pero algo caro), nos aconsejó usar los barcos que toman los locales, mucho más económicos y con más flexibilidad. Decidimos visitar tres islas: Mana, Bounty Island y Nacula, pasando un par de noches en cada una. La primera parada sería Mana, y no veíamos la hora de empezar a descubrir ese lado más insular de Fiji que tantas veces habíamos imaginado.
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Fiyi es un destino idílico, con playas impresionantes y una naturaleza vibrante, perfecto para desconectar y vivir aventuras en medio del Pacífico Sur. Pero esa misma naturaleza, con sus actividades al aire libre —como el snorkel en arrecifes, caminatas por la selva o paseos en barco— puede esconder riesgos inesperados. Las islas son remotas y, en algunos lugares, el acceso a servicios médicos no es tan inmediato como en las grandes ciudades.
Nosotros disfrutamos de momentos inolvidables en Fiyi, pero siempre fuimos conscientes de la importancia de viajar protegidos. Contar con un buen seguro nos dio la tranquilidad para aprovechar cada día sin preocupaciones. Con Heymondo la contratación es sencilla y rápida, todo digital, con atención disponible 24/7 desde su app y una cobertura amplia que cubre desde una pequeña lesión haciendo snorkel hasta urgencias más serias.
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Mana, una isla fijiana entre palmeras y sonrisas
El archipiélago de las islas Fiji está formado por más de 300 islas. Las más populares entre los viajeros suelen encontrarse en los grupos de las Mamanuca Islands y las Yasawa Islands. Mana pertenece al primero de ellos y es uno de los destinos más accesibles y animados.
Viajamos con Amy en el mismo barco hasta Mana. Nada más acercarnos al muelle, el personal del hostal empezó a gritar Bula con una energía que nos contagió de inmediato. Y antes de que pudiéramos poner pie en tierra ya nos daban la bienvenida al grito de Welcome to the paradise. Acabábamos de llegar al Ratu Kini Hostel, donde nos recibieron con una canción tradicional y coronas de flores.
Nos instalamos en un dormitorio compartido con 17 camas. Guardamos nuestras cosas de valor en una caja con candado y fuimos directos al comedor. En estas islas no hay supermercados ni cocinas comunes, así que la comida siempre se sirve en los restaurantes de los hostales o resorts. Lo mejor es reservar el alojamiento con pensión completa, ya que así se ahorra bastante. Aunque las raciones no eran muy generosas (Gábor tuvo que pedir un poco más para quedarse satisfecho), fue un verdadero descanso no tener que pensar en comprar ni cocinar, solo sentarse cuando llamaban a comer.
Un hostal entre los locales
Entre todas las islas más visitadas, Mana tiene algo especial: el hostal está ubicado justo en el centro de un pueblo fijiano. Esto permite conocer mejor la vida cotidiana de sus habitantes. Paseamos entre las casas, hablamos con los vecinos, visitamos la iglesia, la escuela y acabamos jugando con unos niños que salieron corriendo hacia nosotros al vernos.
Rachele acabó organizando un “Girotondo” al estilo italiano, y los niños no paraban de reír. Fue uno de esos momentos sencillos que se quedan grabados para siempre.
Atardeceres, playas escondidas y nuevas amistades
El resto del día lo pasamos entre baños en la Sunset Beach, charlas en las hamacas con Amy, Steph de Londres y Philip de Austria, y la tranquilidad que solo dan los colores del mar al atardecer.
La isla, aunque pequeña, tiene su propio aeropuerto con pista incluida. Por la noche vimos murciélagos de gran tamaño, y descubrimos que Mana está justo al lado de Castaway Island, la isla donde se rodó la película “Náufrago” con Tom Hanks.
Día de snorkel y paseo por la isla
A la mañana siguiente fuimos con Steph a Dream Beach, una playa prácticamente desierta donde pasamos un rato increíble haciendo snorkel y descansando bajo el sol. Más tarde regresamos a la playa frente al hostal, donde se encuentra un arrecife de coral ideal para empezar a ver los primeros peces de Fiji.
Tras un rato de descanso, decidimos dar la vuelta a la isla. Un perro se nos unió al paseo y nos acompañó hasta un tramo de rocas donde no pudo seguir. Pensábamos que lo habíamos perdido, pero cuando llegamos a lo alto de una colina desde donde se veía toda la isla, allí estaba de nuevo.
Bounty Island: parada técnica convertida en paraíso
Bounty Island es una isla muy pequeña, también parte del grupo de las Mamanuca, que se puede recorrer caminando en menos de media hora. A pesar de sus reducidas dimensiones, tiene un único resort, algo caro, que ocupa solo una parte de la isla.
Nuestra idea inicial era hacer solo una parada breve, ya que Bounty es una de las pocas islas por donde pasa el barco hacia las Yasawa, nuestro siguiente destino. Pero menos mal que decidimos quedarnos. Lo que encontramos aquí fue, sin exagerar, lo más parecido a una postal del paraíso: playa de arena blanca, agua turquesa y un arrecife de coral espectacular.
El equipo del centro de buceo cuida mucho el arrecife. De hecho, con la marea baja no está permitido hacer snorkel para no dañar los corales. Todo estuvo muy bien organizado: buena comida (abundante, al fin), equipo de snorkel incluido y un ambiente muy tranquilo. Aquí hicimos el mejor snorkel de nuestra vida. Había corales de muchas formas y colores, peces de todos los tamaños y tonalidades, y hasta estrellas de mar azules. Era como estar dentro de una película de animación de Disney.
Nos metimos al agua dos veces, la primera durante una hora y media y la segunda casi otra hora. Estábamos tan metidos en el mundo submarino que tuvieron que venir a buscarnos para que no nos perdiéramos la comida. Es fácil olvidarse del tiempo cuando estás flotando en medio de ese universo silencioso y colorido, rodeado de peces de colores y corales en tonos amarillos, blancos y azules.
El resto del tiempo lo pasamos descansando en la playa, con vistas a una isla deshabitada justo enfrente, escribiendo este post mientras el mar delante de nosotros brillaba con un azul difícil de describir.
En el resort conocimos a Audrey y Anace, una pareja de franceses que vive en Sídney. Con ellos pasamos las tardes jugando al ping-pong, al billar y tomando algo mientras caía el sol.
Se nos han pasado volando estos dos días en Bounty, y mañana nos espera Nacula, nuestra última parada, en el extremo norte del grupo de islas Yasawa. Al final, lo que iba a ser solo un paso intermedio, resultó ser una experiencia inolvidable.
Nacula, la isla del norte y la famosa Blue Lagoon
Nacula es la isla más al norte del archipiélago de las Yasawa, y decidimos venir hasta aquí por una razón muy concreta: aquí está la famosa Blue Lagoon. Sí, sí, la de la película. Rachele no se la podía perder por nada del mundo.
Alojamiento en Nacula
Como en todos los alojamientos anteriores, al llegar al Nabua Lodge nos recibieron con cánticos tradicionales. Esta vez tuvimos suerte: aunque habíamos reservado una cama en un dormitorio compartido, nos dieron una habitación privada. Y no era una habitación cualquiera. Era una pequeña cabaña de madera, con techo de hojas de palmera y una ventana que daba directamente al mar azul. Todo un regalo.


La playa frente al Nabua Lodge no nos pareció gran cosa, y el arrecife cercano está bastante deteriorado. Por suerte, habíamos decidido hacer la excursión de un día a la Blue Lagoon, lo mejor que podíamos haber hecho. Pasamos el día con Solly y Carolina, una pareja de brasileños majísimos con quienes nos reímos muchísimo. También conocimos a Nicki, una chica neozelandesa que vive en Melbourne. A ver si la volvemos a ver en Australia.
Un día en la Blue Lagoon
La Blue Lagoon es una playa amplia, con un agua tan clara y de un azul tan intenso que parece sacado de una película. Literalmente. De hecho, es ese azul. Pasamos el día entero allí, completamente solos, disfrutando del mar, los peces que nadaban cerca de la orilla y del arrecife que, aunque ya no es como en tiempos de la película, aún tiene tramos bonitos.

Aquí vimos nuestros primeros “nemos” en libertad. Y no uno suelto, sino una familia entera: padre, madre y varios pececitos pequeños. Nos quedamos un buen rato observándolos, eran una maravilla. Hicimos snorkelling tres o cuatro veces durante el día, y en cada una de ellas fuimos a saludar a la familia de nemos, que siempre estaba en la misma roca. Nos tenían completamente fascinados. Era como si nos devolvieran la mirada.
Aunque el snorkelling en Bounty Island nos pareció más espectacular en cuanto a corales, los nemos de la Blue Lagoon ganaron el corazón del día.
Al lado del alojamiento hay una colina pequeña desde donde subíamos a ver la puesta de sol. Las vistas eran preciosas, con ese cielo que se va tiñendo de tonos anaranjados sobre el mar tranquilo.
Fiesta fiyiana para despedirse
La última noche en el Nabua Lodge, que coincidía con sábado, organizaron un espectáculo con música en directo y bailes tradicionales. Fue divertido, aunque se notaba que las chicas del pueblo no habían ensayado demasiado la coreografía. Después del espectáculo ofrecieron kava a quien quisiera probarlo. Esta vez decidimos no repetir, porque sabíamos que al día siguiente en Nadi nos tocaría otra ronda.
Si os animáis a visitar esta isla, el Nabua Lodge es una opción muy recomendable. El personal fue de lo más amable y cercano que encontramos en todo el viaje por Fiyi.
La vuelta a Nadi fue larga, pero sin problemas. Al llegar, Diane nos recibió de nuevo y esta vez había aún más couchsurfers en casa. Nos esperaba otra ceremonia de bienvenida con kava incluida. Brindamos por última vez con esa bebida tan típica y al día siguiente nos fuimos al aeropuerto. Ahora sí, se acabó el viaje por Fiyi.
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