Escrito por Rachele Cervaro y Gábor Kovács
Laos sorprende desde el primer instante por su calma y autenticidad. Caminos de tierra, aldeas que parecen detenidas en el tiempo, ríos que atraviesan paisajes verdes, y ciudades donde el legado colonial convive con templos budistas. Esta combinación crea un ambiente especial que invita a descubrirlo sin prisas y con todos los sentidos abiertos.
En nuestro recorrido desde el norte hasta las 4000 islas en la frontera con Camboya, hemos vivido experiencias que van más allá de una simple ruta. Este diario recoge momentos que marcaron nuestro paso por Laos: la gente, los sabores, las tradiciones y esa forma de vivir que merece la pena conocer.
Al bajar hacia el sur, la mezcla entre naturaleza y cultura se vuelve aún más palpable. Pueblos auténticos, rituales que se mantienen vivos generación tras generación y una hospitalidad que se siente en cada encuentro. Aunque Laos no es un destino de grandes multitudes, su verdadero encanto está en la tranquilidad y la sinceridad de sus paisajes y sus gentes.
Aquí compartimos paisajes inolvidables, momentos especiales y consejos prácticos para quienes quieran acercarse a Laos con calma, sin apuros y con el corazón abierto.
Aventuras por el Norte de Laos
El norte de Laos fue una de esas sorpresas que nos dejó con muy buen sabor de boca. Una zona tranquila, muy poco transitada por viajeros, especialmente si te alejas de Luang Prabang. Viajar por aquí es, para nosotros, de lo más auténtico que se puede hacer en Laos, sobre todo si buscas paisajes remotos y pocos turistas incluso en temporada alta. Nosotros cruzamos desde Tailandia por tierra y nos dirigimos hasta Muang Sing, una aldea remota casi pegada a la frontera con China. Te contamos cómo fue esta etapa de nuestro viaje.
Entrada Tailandia y viaje hasta Muang Sing
Entramos a Laos por Chiang Kong, una pequeña localidad a orillas del Mekong, en el lado tailandés. Nada más bajar del bus, coincidimos con una pareja de belgas y decidimos despedirnos de Tailandia compartiendo un último pad thai juntos. Desde allí tomamos un tuk-tuk hasta el embarcadero y, tras sellar el pasaporte, cruzamos el río en un barquito que nos dejó en Huay Xai, ya en territorio laosiano. El trayecto no dura ni diez minutos, pero es bastante pintoresco.
El visado se tramita en el momento: cuesta 35 dólares para la mayoría de países europeos (aunque para los húngaros como yo, curiosamente son 30). Esa tarde, ya en Laos, nos la tomamos con calma tomando unas cervezas en una terracita junto a nuestros nuevos compañeros de viaje.
Al día siguiente por la mañana cogimos una minivan hacia Luang Nam Tha, una pequeña ciudad del norte. Enseguida nos dimos cuenta de que en Laos el ritmo es otro. Aquí todo va más despacio y el concepto de “hora de salida” es bastante flexible… lo que ellos llaman “laos-time”.
El trayecto discurre entre montañas cubiertas de vegetación y pequeñas aldeas. La carretera está en buen estado aunque con muchas curvas. Una vez en Luang Nam Tha, buscamos un tuk-tuk que nos llevase a la otra estación de autobuses, desde donde salen los vehículos hacia Muang Sing, un pueblo muy cerca de la frontera con China.
En la estación nos dijeron que el bus ya estaba lleno, aunque al parecer no era del todo cierto. Tuvimos que esperar más de una hora y media para poder continuar el viaje. El siguiente tramo, de nuevo entre curvas, fue bastante movidito. La carretera estaba en muy mal estado, llena de agujeros, y nuestro conductor iba a toda velocidad sin frenar ni un poco. Íbamos dando botes en el asiento, casi tocando el techo del minivan.
Durante el camino, vimos cómo muchas comunidades viven literalmente al borde de la carretera, con casas tan cerca que podías ver el interior al pasar. Cuando por fin llegamos a Muang Sing, encontramos un hostal sencillo pero acogedor, comimos algo y caímos rendidos en la cama.
A tiro de piedra de la frontera con China: Muang Sing
El mercado de Muang Sing
Uno de los mejores momentos en Muang Sing fue visitar su mercado matinal, que se celebra cada día entre las 6 y las 8. Allí se juntan mujeres de los pueblos cercanos para vender productos de la huerta, frutas, carne, ropa y de todo un poco. El ambiente es muy colorido y muchas de ellas visten trajes tradicionales que reflejan la diversidad étnica de la zona.
En bici por las aldeas cercanas
Para movernos por los alrededores alquilamos unas bicis en el único sitio que encontramos. Ya nos dimos cuenta de que, aunque el alojamiento en Laos es muy barato, todo lo relacionado con el transporte y los alquileres es bastante más caro que en Tailandia o en otros países del Sudeste Asiático.
Desayunando conocimos a Esther (de Holanda) y Frank (de Alemania), y nos pusimos a charlar un rato con ellos sin imaginar que más adelante volveríamos a coincidir en el viaje.
La mañana empezó con niebla espesa, pero al poco rato salió un sol radiante. Pedaleamos por la carretera que va hacia la frontera con China y luego tomamos un camino de tierra que nos llevó por pequeñas aldeas habitadas por grupos étnicos diversos. En una de ellas, Poungkok, de repente un grupo de niños salió corriendo hacia nosotros gritando “Sabaidee, Sabaidee”, que es el saludo local.
Nos miraban con curiosidad al principio, pero enseguida se animaron y empezaron a reír y jugar con nosotros. Les hicimos algunas fotos y, al enseñarles las imágenes en la pantalla, no paraban de reírse y pedían salir en más. Nos robaron el corazón.

Con los adultos fue diferente. Muchos no estaban cómodos si les hacías fotos, así que fuimos más discretos. Las casas eran muy sencillas, algunas sin ventanas, con mucho polvo por todas partes. Aun así, en los ojos de esos niños brillaba una alegría difícil de describir. Tenían muy poco, pero parecían muy felices.
Seguimos pedaleando, aunque muchas veces tuvimos que bajarnos y empujar la bici porque el terreno estaba fatal. Atravesamos arrozales, colinas, plantaciones de plátanos y nuevas aldeas donde la vida parecía moverse al ritmo de siempre: gente trabajando en el campo con sus manos, sin maquinaria. El paisaje era precioso y la paz que se respiraba, total.

Nos perdimos un par de veces, pero al final conseguimos volver a la carretera principal. Paramos a comer en un albergue con jardín, muy tranquilo, que estaba cerca de otra comunidad. Luego dimos un paseo por allí. Era sábado, así que las escuelas estaban cerradas y el ambiente era más calmado. Nos encontramos con un grupo de chicos mayores jugando a la petanca.
Curiosamente, la petanca es bastante popular en Laos, herencia de la época colonial francesa. En la vuelta al pueblo, la experiencia vivida en el día y los encuentros con los niños tan bonitos de diferentes grupos étnicos se convirtieron en un gran recuerdo. Sentimos también mucha pena por ver las condiciones en que esta gente está viviendo, algo que nosotros ni podemos imaginar.
⚠️ No viajes a Laos sin seguro de viaje 🛡️
Moverse por Laos sin un buen seguro es como navegar por el río Mekong sin mapa: puede que todo vaya bien, hasta que surge un imprevisto. Aunque Laos es un país seguro y tranquilo, sus caminos rurales, las excursiones en moto por montañas remotas y los paseos en barca por ríos caudalosos pueden traer situaciones inesperadas. Además, fuera de las ciudades principales, la atención médica puede ser limitada o costosa.
Durante nuestro viaje por Laos, desde las aldeas del norte hasta las 4000 islas del sur, contar con una cobertura nos permitió disfrutar con calma y sin preocupaciones. Con Heymondo contratamos el seguro en minutos desde el móvil, y durante todo el viaje tuvimos asistencia 24/7 desde su app. Ya sea una caída al bajar de la moto, una reacción tras probar algún plato local picante o una cancelación por lluvias en temporada monzónica, tener un seguro adaptado a destinos como Laos marca una gran diferencia.
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Celebrando el Año Nuevo en Luang Nam Tha
Un día entre aldeas cerca de Luang Nam Tha
Pasamos los últimos días del año en Luang Nam Tha. Llegamos desde Muang Sing el 30 de diciembre y entre buscar alojamiento y dar un paseo por el centro, el día se nos fue volando. El 31 decidimos despedir el año a lo grande, a pesar de las nubes grises y el riesgo de lluvia. Alquilamos una moto, cogimos un mapa (no muy claro, todo sea dicho) y salimos a recorrer los alrededores de Luang Nam Tha.
Tomamos la carretera en dirección a unas cascadas y pronto empezamos a pasar por pequeñas comunidades de la etnia black thai, llamadas así por las blusas negras que visten las mujeres. Nos detuvimos frente a una escuela vacía (una vez más, llegamos tarde) y luego observamos a una señora que, con gran destreza, trenzaba hojas para renovar el tejado de su casa. A su alrededor, varios niños nos gritaban “Sabaidee” con una mezcla de entusiasmo y timidez.
Cuando sacamos la cámara, algunos salieron corriendo a esconderse detrás de la casa, pero seguían espiándonos con una sonrisa curiosa.
Volvimos a la moto para seguir el recorrido, pero no encontrábamos la llave. Buscamos por todas partes: en los bolsillos, la mochila, la caja de la cámara… Nada. Empezábamos a preocuparnos cuando uno de los niños apareció con la llave en la mano. Probablemente se nos había caído. Menudo susto, pero por suerte todo quedó en una anécdota.
Antes de llegar a la cascada, pasamos por otras aldeas donde había celebraciones que no supimos interpretar, y varios niños jugando a un juego que nos llamó mucho la atención: usaban un palo para lanzar una peonza al suelo y luego intentaban golpearla con otra. La cascada no era muy grande, pero tenía su encanto. Allí nos encontramos con un grupo de chicos y chicas que estaban montando un pequeño botellón improvisado con cervezas locales.
Seguimos hasta un templo situado en una colina cercana. No llegamos a entrar, ya que un hombre mayor pedía una entrada de 2 euros y decidimos no pagar. Aun así, desde fuera tomamos algunas fotos con buenas vistas. Nos llamó la atención que en Laos muchos templos sean de pago, a diferencia de Tailandia, donde solo se paga en los de mayor valor histórico. También visitamos una estupa a la que se llegaba subiendo unas escaleras bastante largas.
Lo que más nos gustó de la zona fueron las pequeñas comunidades rurales, así que seguimos el recorrido por otras aldeas. Aunque su año nuevo se celebra en abril, también festejan el cambio de año internacional. En cada pueblo se escuchaba música, había karaokes por todas partes y la gente se reunía para comer, cantar y celebrar. Nos cruzamos con grupos de hombres brindando y mujeres charlando animadamente mientras algunos trabajaban en el campo.
En una de las aldeas nos detuvimos al ver a unos jóvenes jugando a sepak takraw, un deporte que mezcla fútbol y voleibol y se juega con una pelota de bambú. No se puede usar ni las manos ni los brazos. Gábor no se lo pensó dos veces y se puso a jugar con ellos. Estuvieron un buen rato entre risas, mientras Rachele aprovechaba para hacer fotos tanto del partido como de los niños que miraban desde un lado.
Terminamos el día con una cena de fin de año en el mercado nocturno de Luang Nam Tha. El menú no pudo ser mejor: pato a l’ast, arroz glutinoso (una de las especialidades del país), salsa picante de chile y una Beer Lao bien fría. El pato estaba delicioso, y con la cerveza local fue el broche perfecto para despedir un año tan especial.
Así cerramos uno de los años más intensos y emocionantes de nuestras vidas, lleno de momentos únicos, personas nuevas y el viaje que tanto soñamos. Un fin de año muy viajero en un rincón poco conocido de Laos que siempre recordaremos con cariño.
Dos pueblos encantadores en la orilla del río Nam Ou
Durante muchos años, el barco fue el medio de transporte más habitual en Laos, un país con una red fluvial muy extensa. Aunque hoy en día hay carreteras, muchas de ellas fueron construidas por intereses comerciales de China y todavía escasean en algunas zonas. En este artículo queremos hablarte de dos pueblos con mucho encanto a orillas del río Nam Ou: Nong Khiaw, al que se puede llegar en bus, y Muang Ngoi, un pequeño pueblo que de momento solo es accesible en barco.
Comenzamos el año 2013 con un buen madrugón. Tomamos una minivan desde Luang Nam Tha rumbo a Pak Mong. Fueron poco más de 200 kilómetros que nos llevaron casi seis horas, debido a las muchas curvas y al mal estado de la carretera, asfaltada solo en algunos tramos. En Pak Mong cambiamos a un tuk-tuk que nos dejó finalmente en Nong Khiaw.
El pueblo está dividido en dos por el Nam Ou: en un lado viven los habitantes locales, y en el otro se concentran los alojamientos. Encontramos un hostal familiar muy agradable, comimos algo y salimos a dar una vuelta. El entorno es impresionante: un río rodeado de montañas escarpadas y una tranquilidad que se nota en el ambiente. La mayoría de los viajeros solo pasa aquí una noche antes de continuar río arriba.
Muang Ngoi: sencillez y naturaleza
Nos acercamos al pequeño puerto y subimos a una de esas barquitas largas y estrechas, con bancos de madera y pocos asientos. Aquí aplica la regla del que llega primero, elige mejor sitio. El trayecto hasta Muang Ngoi dura una hora, y se nos hizo muy ameno. Navegamos junto a aldeas, vimos a niños bañándose y pescando, gente lavando ropa en el río y bueyes refrescándose en la orilla. El paisaje no decepciona: montañas y un bosque tropical denso acompañan todo el camino.
Muang Ngoi es un pequeño pueblo que solo se puede alcanzar en barco. No hay carreteras cerca, y esa sensación de aislamiento se nota, aunque hace tiempo que los viajeros lo descubrieron y ya hay bastante oferta de alojamiento. Nosotros conseguimos un bungalow con unas vistas increíbles por un precio muy bajo, aunque sin agua caliente. La electricidad solo está disponible entre las 18:00 y las 21:30 gracias a generadores.
El pueblo tiene pocas calles y un ambiente muy tranquilo. Hay un pequeño mercado, una escuela, un monasterio budista y, cómo no, el inevitable karaoke con música a todo volumen. La primera tarde la pasamos descansando en nuestra terraza, conversando con Walt, un canadiense jubilado que llevaba tiempo viajando y que nos pidió consejos para su futuro viaje a Sudamérica.
Cada noche cenamos en el mismo sitio: un buffet vegetariano donde por apenas 1,5 euros podías repetir cuanto quisieras. Nos gustó tanto que volvimos durante las tres noches que pasamos allí.
Rutas de senderismo desde Muang Ngoi
Desde el pueblo parten varios senderos hacia aldeas escondidas entre las montañas. Nosotros también dedicamos un día a hacer una excursión por la zona. El camino fue precioso, entre arrozales, pequeños ríos, grandes formaciones rocosas y vegetación muy frondosa.
Visitamos dos aldeas cercanas. La primera fue Huey Sen, un pueblo rural con casas de madera, gallinas correteando por todos lados y niños con sonrisas permanentes. Aunque algunos vecinos nos miraban con recelo, entendemos que pueden estar cansados de ver turistas con cámara en mano. Aun así, muchos visitantes llegan con guía, y eso probablemente les deja algún ingreso.
Para llegar al pueblo de Banna primero tuvimos que cruzar un río. Habían colocado piedras a modo de puente, pero al estar resbaladizas decidimos descalzarnos y cruzar a pie. El sendero pasa por un extenso campo de arrozales y termina en esta aldea, más cercana a Muang Ngoi.
Como reciben más visitantes, muchos habitantes ni se inmutan. Aun así, compartimos un rato muy simpático con algunos niños que se acercaron a jugar con nosotros.
El último día lo pasamos en modo relajado. Pedimos comida para llevar y la disfrutamos en nuestra terraza, con vistas al río. El único detalle que rompía un poco la calma era la música a todo volumen que salía de varios altavoces repartidos por el pueblo. Ah, y el gallo. Después de una noche algo accidentada, cambiamos de bungalow porque un gallo parecía estar gritando justo al lado de nuestra ventana. Resultó que nuestros amigos Frank y Esther, a quienes habíamos conocido en Muang Sing, se alojaron en esa misma habitación y aguantaron al gallo las siguientes noches.
La última tarde dimos un paseo por el pueblo y nos acercamos a las pequeñas playas del río para despedirnos del lugar con un buen baño.
Travesía por dos ríos
En Laos una de las aventuras que más nos ha impresionado fue la travesía en barco por los ríos Nam Ou y Mekong. Salimos desde Nong Khiaw rumbo a Luang Prabang en una barquita aún más estrecha que la del trayecto anterior hacia Muang Ngoi. Esta vez, las únicas comodidades eran unas sillas de madera y muchas horas por delante.
Salimos con algo de retraso, pero pronto nos vimos envueltos en un paisaje que parecía sacado de una postal. Al principio las montañas estaban cubiertas por una neblina suave que poco a poco fue dejando paso al sol. A los lados del río, vegetación espesa, formaciones rocosas sorprendentes y una atmósfera muy tranquila nos acompañaron durante todo el recorrido.

Durante las casi seis horas que duró el trayecto, pudimos observar cómo el río es el eje de la vida diaria para muchas aldeas. Vimos niños pescando con redes, jugando en el agua o remando en pequeñas embarcaciones. Las mujeres lavaban ropa o se bañaban a medio vestir, mientras algunos monjes descansaban en la orilla con sus túnicas naranjas. También pasamos junto a campesinos trabajando en los campos. Escenas cotidianas que nos recordaron, una vez más, hasta qué punto el río es esencial para estas comunidades.

En algunos tramos del Nam Ou la corriente era bastante fuerte y, con el barquito tan estrecho, acabamos empapados varias veces. Incluso tuvimos que bajarnos en una zona donde el agua corría demasiado y continuar caminando un rato por la orilla. Al menos así pudimos estirar las piernas tras tantas horas en esas sillas poco confortables.
La última parte del recorrido transcurrió ya por el Mekong, un río mucho más ancho, con aguas turbias pero sorprendentemente más tranquilo. Cuando nos acercábamos a Luang Prabang, el sol empezaba a esconderse y el cielo se teñía de tonos dorados que daban al paisaje un aire mágico.
Terminamos agotados, pero con la sensación de haber vivido una jornada muy especial. Ahora nos quedaremos unos días en Luang Prabang, la ciudad más turística de Laos, donde esperamos poder descansar y seguir conociendo este fascinante país.
Luang Prabang, una de las ciudades más agradables del Sudeste Asiático
Cuando llegas a Luang Prabang, viniendo desde el norte de Laos, notas rápidamente la gran diferencia que tiene esta ciudad con respecto al resto del país. Templos bien conservados, casas coloniales de la época francesa… en seguida te das cuenta de que hay mucho que hacer en Luang Prabang. Nosotros pasamos casi una semana disfrutando del ambiente tranquilo, los masajes y la buena comida. Aquí te contamos algunas de las mejores opciones para que sepas qué hacer en Luang Prabang, una de las ciudades más bonitas del Sudeste Asiático.
Disfrutar del legado colonial
Pasamos varias noches en Luang Prabang y lo que más nos llamó la atención fue la clara presencia de la herencia colonial francesa. La arquitectura recuerda a una ciudad francesa, con varias escuelas bilingües y un ambiente bastante occidental. Hay muchas terrazas agradables donde sentarse a tomar algo y observar la vida local.
Visitar los templos budistas
Luang Prabang es un centro budista importante, con templos y monasterios repartidos por toda la ciudad. Nosotros evitamos los que cobran entrada, pero hay muchos que se pueden visitar gratis. Una de las mejores experiencias fue acercarnos a algunos templos alrededor de las 18:00, justo a la hora de los rezos. Nos sentamos a escuchar las canciones y las oraciones de los monjes, que en su mayoría son jóvenes, algunos apenas niños de 10 años. Ver cómo se reúnen en filas, cruzan puentes o caminan por las calles con sus túnicas naranjas es una imagen que permanece en la memoria.
Relajarse junto al río Mekong
Uno de los planes más tranquilos en Luang Prabang es pasear por la orilla del río Mekong. A lo largo del paseo hay bares y restaurantes donde se puede comer bien durante el día o tomar algo al atardecer. Nos gustó especialmente sentarnos a comer una sopa o unos fideos fritos con verduras, con las vistas al Mekong como acompañante constante.
Probar la comida en el mercado nocturno
El mercado nocturno es una de las atracciones más populares, con una gran variedad de productos coloridos. Nuestra parte favorita fue, sin duda, la comida. En un callejón lateral a la calle principal hay varios puestos de buffet donde por 1 euro llenas el plato con muchas opciones diferentes. La carne o el pescado se pagan aparte y también son muy económicos. Esta zona nos encantó, y una noche decidimos celebrarlo comprando además un pescado fresco a la barbacoa, que costó solo 2,5 euros y estaba delicioso.
Madrugar para ver la entrega de limosnas
Una experiencia muy especial es levantarse temprano para ver cómo, alrededor de las 6 de la mañana, los monjes salen en filas largas para recoger las ofrendas de los locales. Mientras que la calle principal suele estar llena de turistas, nosotros elegimos una calle menos transitada para disfrutar de este momento con tranquilidad.
Disfrutar de un masaje laosiano
Para relajarse después de caminar por la ciudad, nos dimos varios masajes laosianos, que son más suaves que los tailandeses y suelen hacerse con aceite. Son realmente agradables y perfectos para descansar.
Bañarse en la cascada Tat Kuang Si
Si quieres una excursión desde Luang Prabang, vale la pena ir en tuk-tuk hasta la cascada Tat Kuang Si, situada a unos 30 km. Las piscinas naturales turquesa son perfectas para darse un baño refrescante. La cascada, rodeada de selva, es un lugar tranquilo si llegas temprano, antes de que lleguen muchos turistas.
Luang Prabang es, sin duda, la ciudad más bonita de Laos y un lugar donde apetece quedarse unos días.
Vientiane, la capital de Laos
Vientiane es la capital de Laos, pero cuesta verla como tal si la comparamos con otras grandes ciudades del Sudeste Asiático. Es una ciudad tranquila, con calles anchas y zonas verdes donde se puede pasear sin prisas. Aunque no está llena de grandes monumentos, creemos que es una parada muy recomendable.
Nuestro viaje hacia Vientiane
Antes de llegar a Vientiane, hicimos una parada en Vang Vieng, una ciudad que en sí no nos llamó mucho la atención. Está repleta de bares donde pasan capítulos de Friends en bucle y el ambiente no nos terminó de convencer. En su día, el tubing (descender el río en un neumático gigante) era la actividad estrella, pero tras varios accidentes mortales, sobre todo de turistas en estado lamentable, las autoridades la limitaron bastante. Hoy en día hay mucho menos turismo que hace años.
Lo que sí parece interesante son los paisajes de los alrededores. Nuestra idea era alquilar una moto para recorrerlos, pero Rachele no se encontraba bien y acabamos pasando dos días enteros en la habitación. Como el visado nos caducaba en breve y tampoco queríamos quedarnos más tiempo en Vang Vieng, decidimos seguir camino hacia Vientiane.
Visita por Vientiane
Vientiane es una ciudad sorprendentemente grande para los estándares de Laos. Allí encontramos supermercados, centros comerciales y otros servicios que hasta entonces no habíamos visto en el país. Pasamos un par de días y medio en la ciudad y nos sorprendió la calma que se respira, incluso siendo la capital. Todo parece moverse a otro ritmo, mucho más pausado.
El primer día, tras llegar, conocimos a David, un chico húngaro que vive en Bangkok y con el que conectamos enseguida. Pasamos la tarde con él charlando, tomando unas cervezas, paseando por el mercado nocturno y cenando pollo a la brasa con arroz glutinoso en un puesto callejero. Luego seguimos la conversación en la terraza del hostal. Una tarde sencilla, pero muy agradable.
Al día siguiente, lo primero fue pasar por la embajada de Camboya para tramitar el visado. Después, nos pusimos a recorrer la ciudad. Uno de los lugares más emblemáticos que visitamos fue el Pha That Luang, el monumento nacional más importante del país. Llegamos justo a la hora del almuerzo y estaba cerrado, así que aprovechamos para comer algo en un restaurante cercano. La dueña era muy simpática y hablaba inglés bastante bien, algo que no es tan habitual por aquí.
Más tarde, visitamos el Patuxai, el arco de triunfo laosiano, y dimos una vuelta por el centro comercial Talat Sao, además de entrar en varios templos. Ese día hizo un calor sofocante, y durante todo el paseo estuvimos buscando sombra para descansar un poco. Por la noche, con las piernas destrozadas de tanto caminar, nos dimos un merecido masaje y luego cenamos unas costillas de cerdo a la brasa en la calle. Estaban espectaculares.
Excursión al Buddha Park
El segundo día lo dedicamos a visitar el Buddha Park, un parque situado a unos 25 km de la ciudad. Es un lugar muy curioso donde se mezclan esculturas de Buda con otras figuras religiosas y mitológicas. Lo más llamativo es una enorme estatua de un Buda tumbado y otra con forma de esfera hueca a la que se puede subir.
Allí conocimos a José Luis y Belén, dos viajeros españoles que estaban dando la vuelta al mundo. Pasamos un rato muy agradable con ellos y nos dieron buenos consejos, sobre todo para la zona sur de Tailandia.

Vientiane nos pareció una mezcla interesante de tradición y modernidad. Sin ser espectacular, tiene algo especial que nos hizo sentir a gusto.
Aventuras en moto por el Bolaven Plateu
El Bolaven Plateau es una de las zonas más bonitas que ver en Laos. Un paisaje lleno de cascadas, bosques frondosos, campos de café y aldeas donde la gente te recibe con una sonrisa. Aquí te contamos cómo fue nuestra ruta en moto durante tres días por este rincón del sur de Laos.
Llegada a Pakse, el punto de partida
Después de diez horas en un bus decorado con Winnie the Pooh, llegamos a Pakse. A pesar del diseño, el trayecto fue sorprendentemente cómodo: era uno de esos sleeping bus asiáticos con camas. Sin duda, el viaje en bus más cómodo que hemos hecho hasta ahora.
La ciudad en sí no tiene mucho que ofrecer, pero es la puerta de entrada al Bolaven Plateau. Mientras tomábamos un café y un té acompañados de unas galletas Oreo, conocimos a Jonathan, un viajero austriaco que también iba solo. Tras un pequeño paseo por la ciudad, alquilamos nuestras motos, dejamos las mochilas grandes en el alojamiento y a las 10 de la mañana ya estábamos intentando aprender a conducir una moto con marchas. Al principio costó un poco, pero al final le cogimos el truco.
Ruta en moto por el Bolaven Plateau – Día 1
El Bolaven Plateau es una meseta situada en la provincia de Champasak. Aquí abundan las cascadas, plantaciones de café y pueblos pequeños donde la vida se mueve a otro ritmo. Hay dos rutas principales para recorrer la zona: el Big Loop, de cuatro días, y el Small Loop, que se hace en tres. Nosotros optamos por el segundo.
Junto con Jonathan, pusimos rumbo hacia Tad Lo. La primera parada fue en las cascadas de Tad Phasuam, que llevaban bastante agua y nos parecieron preciosas, rodeadas de un paisaje verde espectacular.
A medida que avanzábamos por la carretera, empezamos a ver plantaciones de café a ambos lados. Era temporada de recolección y los patios de las casas estaban cubiertos de granos secándose al sol. En una de esas casas nos detuvimos a hacer fotos y nos enseñaron cómo los estaban procesando. Incluso nos regalaron unos granos verdes, que aún no tenían olor.
Más adelante hicimos una parada en una aldea donde un grupo de niños salió corriendo a saludarnos con grandes “Sabaidee”. Como parece que por allí no pasan muchos turistas, los gritos de “Falang” (extranjero) atrajeron en pocos minutos a una treintena de niños que querían fotos, abrazos y jugar. Rachele le regaló una camiseta a una niña, que se puso contentísima. Fue un momento muy especial y la despedida aún más: todos los niños vinieron a la carretera a decirnos adiós. Uno de los mejores recuerdos que nos llevamos de Laos.
Antes de llegar a Tad Lo paramos en un lugar donde ofrecían café y alojamiento. El chico que lo llevaba nos sirvió un café riquísimo acompañado de plátanos y cacahuetes que él mismo cultiva. El café estaba hecho con una cafetera italiana, detalle que nos hizo gracia (porque los italianos de esto saben).
Al final del día llegamos a Tad Lo y nos alojamos en la guest house Mamapap’s, un sitio muy sencillo y con ambiente hippy. La señora Mama es muy amable y cocina de maravilla. Nos sirvió una sopa de pollo que fue la mejor que probamos en Laos y un pancake de plátano enorme. Por la noche, Rachele y Jonathan se pusieron a hacer pulseritas para regalar a los niños de las aldeas, y estuvimos charlando con otros viajeros, entre ellos unos franceses que nos convencieron para cambiar nuestros planes del día siguiente.
Ruta en moto por el Bolaven Plateau – Día 2
El segundo día pusimos rumbo a Tad Alang. Aunque gran parte de la carretera estaba en buen estado, para llegar a las cascadas tuvimos que hacer unos cuantos kilómetros por caminos de tierra roja llenos de baches.
Pasando por Paksong vimos una boda en el jardín de una casa. Nos paramos a mirar y enseguida el padre de la novia nos invitó a entrar. En cuestión de minutos ya estábamos en plena celebración. Nos ofrecieron comida, mucha cerveza (a Gábor le tocó conducir un poco contentillo) y luego pasaron con el whisky para recolectar dinero. Rachele incluso se animó a bailar. Fue una experiencia divertida e inesperada, y nos sorprendió la naturalidad con la que nos acogieron.
Con el subidón de la boda (y algo despistados), seguimos el camino, pero acabamos perdidos en un tramo de carretera bastante malo. Hicimos unos 10 km de más hasta darnos cuenta del error y volver sobre nuestros pasos.
Al atardecer llegamos por fin a Tad Alang, donde una señora tenía tres bungalows muy básicos, pero el entorno merecía la pena. Las cascadas eran preciosas y, en esa época, todo estaba lleno de flores. Esa noche cenamos con unos franceses; no había carta, simplemente le dijimos a la señora que teníamos hambre y ella nos preparó tortilla francesa con arroz glutinoso para todos.
Ruta en moto por el Bolaven Plateau – Día 3
Pasamos una noche heladora en el bungalow. Entraba aire por todos lados y no logramos dormir bien hasta que salió el sol y subió un poco la temperatura. Al final nos quedamos en la cama hasta las 10 de la mañana. Después recogimos las cosas y junto con Jonathan empezamos el camino de regreso.
La pista de vuelta hasta Paksong volvió a teñirse de esa tierra roja tan típica de la zona. Menos mal que no nos habíamos duchado, porque en pocos minutos estábamos cubiertos de polvo de pies a cabeza, aún más rojizos que el día anterior.
Entre Paksong y Pakse se encuentran algunas de las cascadas más conocidas del Bolaven Plateau. Hicimos dos paradas: una en Tad Yuang y otra en Tad Champi. Tad Yuang, en particular, nos pareció una de las cascadas más bonitas que habíamos visto hasta entonces.
Llegamos a Pakse ya de noche y nos tocó buscar alojamiento, algo que no fue nada fácil. Tras dar unas cuantas vueltas, encontramos por fin una habitación que no estaba mal. Después de tres días de polvo y carretera, pudimos disfrutar por fin de una ducha caliente. El agua salía prácticamente roja de toda la tierra acumulada.
Estos tres días en moto por el Bolaven Plateau han sido una experiencia inolvidable: por los paisajes tan especiales, por la gente tan amable que nos encontramos en el camino y por la buena compañía de Jonathan, que compartió con nosotros esta pequeña aventura.
Despedida de Laos: relax en las 4000 islas
En el río Mekong hay un archipiélago conocido como «Las 4000 islas«. No son exactamente 4000, pero hay muchísimas, y algunas de ellas desaparecen bajo el agua cuando el caudal del Mekong sube. Es una de las zonas más populares de Laos entre viajeros extranjeros, sobre todo por su tranquilidad y sus paisajes tan especiales. Aquí te contamos cómo fue nuestra experiencia en esta parte del país.
Don Khong, la isla más grande
Las tres islas más conocidas de esta zona son Don Khong, Don Det y Don Khon. Don Khong es la más grande y también la más tranquila, Don Det es la más animada, con ambiente de fiesta, y Don Khon ofrece un equilibrio perfecto con paisajes naturales y mucha calma. Nosotros empezamos por Don Khong. En la isla apenas hay turistas: unas 10 guesthouses y 6 restaurantes en total. La vida aquí gira alrededor del río Mekong.
La gente local sigue con su rutina diaria sin alterarse por la presencia de viajeros. Los niños se bañan en el río, las mujeres lavan ropa y los bueyes descansan a la sombra. Gábor no se encontraba muy bien en esos días, así que aprovechamos para tomarnos las cosas con calma. Rachele, en cambio, uno de los días alquiló una bici y se fue a dar un paseo por la isla. El paisaje era precioso: arrozales verdes donde las mujeres y niñas trabajaban, y muchos niños saludando con su típico “Sabaidee”. A cada rato se detenía a observar las escenas del campo, disfrutar del atardecer sobre el Mekong o regalar alguna pulserita a los niños que se acercaban con curiosidad. En esta isla no hay grandes actividades, pero la paz que se respira es total.
Don Khon, la isla más bonita
Después de un par de días en Don Khong, nos fuimos a Don Khon, que nos pareció la isla más bonita de todas. Es más tranquila que la vecina Don Det y concentra muchas de las atracciones naturales de la zona. Alquilamos una bici algo destartalada y nos pusimos en marcha para visitar la cascada Khone Phapheng, la más caudalosa del Sudeste Asiático.
También nos acercamos a la zona donde se pueden ver delfines Irawadi, una especie muy especial que solo habita en algunos tramos del Mekong y que está en peligro de extinción. Se suele ir en barco para tener más posibilidades de avistarlos, pero en nuestro caso no nos animamos. Preferimos volver con calma al pueblo para no perdernos el atardecer.
Y valió la pena. Una vez más nos dejó sin palabras: el sol, todavía alto, empezaba a teñirse de un naranja tan intenso que casi molestaba mirarlo. Poco a poco se fue transformando en un enorme disco de fuego, aunque en la foto no conseguimos captar del todo ese rojo tan espectacular.
En Don Khon nos reencontramos con Dennys y Angely, una pareja de chilenos encantadores que habíamos conocido en Luang Prabang. Esa noche nos despedimos de las islas con una cena muy agradable junto a ellos y otros dos viajeros también chilenos. Nunca habíamos coincidido con tantos chilenos fuera de Chile.
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