Escrito por Rachele Cervaro y Gábor Kovács
Brasil es un país de extremos que cuesta imaginar hasta que lo recorres. Desde las playas de Paraty, con sus aguas tranquilas, hasta la inmensidad del Desierto de Lençóis Maranhenses o la selva amazónica, donde la vida late con una fuerza única, la diversidad de este país es simplemente inimaginable.
Las distancias entre regiones son enormes, y muchas veces las carreteras o los accesos están lejos de ser cómodos, lo que convierte cada traslado en una pequeña aventura. Esta dificultad añade una capa extra a la experiencia, porque es imposible apresurarse para descubrir un país tan vasto y diverso. Hay que aceptar sus tiempos y dejarse llevar por el ritmo de sus paisajes y sus gentes.
Este diario recoge esa mezcla de sensaciones, de lugares que parecen imposibles de encajar en un solo viaje y de momentos que nos marcaron profundamente. Brasil no se cuenta con palabras, se vive, y aquí te dejamos nuestro relato para que lo descubras con nosotros.
Sao Paulo: La ciudad más grande de Sudamérica
La ciudad de São Paulo es una de esas megaciudades que cuesta imaginar si no la ves con tus propios ojos. Su área metropolitana supera los 22 millones de habitantes, convirtiéndola en una de las urbes más grandes del planeta. Las dimensiones son tan descomunales que, al principio, pueden llegar a abrumar un poco.
No vamos a exagerar: São Paulo no es la ciudad más turística de Brasil. Si estás planeando un viaje al país, seguramente nombres como Río de Janeiro o Salvador suenan con más fuerza. Aquí no hay playas famosas ni monumentos emblemáticos, y por eso muchos viajeros se la saltan. Pero eso no significa que no tenga su interés.
São Paulo es el corazón económico y cultural del país, una ciudad llena de contrastes y con una identidad muy marcada. Desde favelas humildes hasta barrios exclusivos con helipuertos en los tejados, esta metrópolis refleja muchas de las contradicciones de Brasil. Nosotros pasamos aquí varios días y, aunque no es una ciudad a la que deseemos volver pronto, la experiencia nos resultó muy interesante. En este post te contamos lo que, para nosotros, vale la pena ver en São Paulo.
Centro histórico
Empezamos por el centro histórico, donde visitamos algunos de los lugares más emblemáticos como la Catedral da Sé, el Monasterio de São Bento y el Edificio Altino Arantes, también conocido como Edifício do Banespa. Subir a este rascacielos es gratuito, aunque el acceso está algo controlado: apuntan tus datos y solo permiten subir a cinco personas a la vez. La espera puede ser larga, incluso si no hay mucha cola.
Ahora bien, las vistas desde lo alto son realmente impactantes. No es tanto por la belleza del paisaje, sino por la sensación de infinitud: mires donde mires, la ciudad no se acaba nunca. Edificios y más edificios hasta donde alcanza la vista. También se nota cierta contaminación ambiental, algo bastante común en una ciudad de este tamaño.
La Avenida Paulista
Uno de los puntos más conocidos de la ciudad es la Avenida Paulista, una arteria que simboliza el poder económico de São Paulo. Aquí se concentran bancos, grandes corporaciones, centros comerciales y una cantidad de rascacielos que no parece tener fin. A ciertas horas parece que todo el mundo va vestido de traje. Incluso vimos aterrizar varios helicópteros en azoteas, algo bastante habitual en esta zona.
También recorrimos la Avenida Faria Lima, que tiene un ambiente similar. Entramos a un centro comercial lleno de tiendas de lujo, que reflejan el enorme contraste social que existe en la ciudad. Es evidente que una parte de la población vive con un nivel económico muy alto, aunque no sea la mayoría.
Barrio da Luz
Uno de los barrios donde mejor se percibe ese contraste es La Luz. Aquí visitamos la Estação da Luz, un edificio histórico que también alberga el Museo de la Lengua Portuguesa. El edificio es muy bonito por dentro, pero sus alrededores están bastante deteriorados. Hay edificios altos muy antiguos, algunos casi en ruinas, y la sensación es que el barrio está entre el abandono y un posible proceso de renovación urbana.
Terminamos el recorrido por el centro con un paseo por la calle 25 de Março, uno de los lugares más animados que vimos. Es un enorme mercado al aire libre, lleno de tiendas de todo tipo, puestos callejeros y un bullicio constante. Nos recomendaron evitar esta zona los fines de semana, cuando muchas tiendas están cerradas y el ambiente puede volverse más inseguro. Fuimos entre semana y no tuvimos ningún problema. Aunque mucha gente dice que São Paulo es peligrosa, nuestra impresión fue similar a la de una gran ciudad europea, con ciertas precauciones básicas.
Parque do Ibirapuera
Uno de los espacios que más nos gustó fue el Parque do Ibirapuera. Es un parque enorme, con lagos, zonas verdes, museos y espacios culturales. Nos sorprendió la cantidad de gente haciendo deporte y disfrutando del día. Nos llamó la atención ver a un grupo de chicos jugando al baloncesto con rasgos asiáticos. De hecho, São Paulo tiene la comunidad japonesa más grande fuera de Japón, algo que se percibe también en la gastronomía y la cultura local.
Arte urbano en el Beco do Batman
Antes de que anocheciera, nos acercamos al famoso Beco do Batman, una calle del barrio de Vila Madalena conocida por sus murales y grafitis. Es una galería de arte urbano al aire libre que va cambiando constantemente. Los grafiteros tienen autorización para intervenir las paredes, así que nunca es igual de una visita a otra. Es una zona muy creativa y alternativa, aunque si decides ir de noche, mejor hacerlo acompañado.
SESC São Paulo
Para cerrar nuestra estancia en la ciudad, visitamos el SESC Pompéia, un centro cultural financiado por una red de empresas privadas. Está ubicado en un edificio diseñado por Lina Bo Bardi, una arquitecta italiana-brasileña muy influyente. Gracias a nuestra amiga Sandra, que es arquitecta, pudimos apreciar los detalles que hacen de este lugar algo especial. Es un espacio multifuncional que ofrece conciertos, exposiciones, actividades deportivas y espacios de convivencia. Un proyecto muy innovador a nivel social y arquitectónico.
Paraty, una bonita ciudad colonial en la Costa Verde de Brasil
Paraty (o Parati) es una preciosa ciudad colonial ubicada en la Costa Verde de Brasil, justo a medio camino entre Río de Janeiro y São Paulo. Esta franja costera es conocida por sus playas tranquilas y sus islas paradisíacas —como Ilha Grande, una de nuestras favoritas—, y Paraty es uno de los mejores lugares para disfrutar de esta naturaleza.
Es una ciudad acogedora, con un ritmo pausado, y su entorno está lleno de playas preciosas donde relajarse. En este artículo te contamos nuestra experiencia en Paraty, uno de los destinos más especiales de la Costa Verde, y te mostramos algunas de las playas más bonitas de Brasil.
Cómo llegar a Paraty
La manera más práctica de llegar a Paraty desde São Paulo o Río de Janeiro es en autobús. Desde São Paulo el trayecto dura unas 6 horas, mientras que desde Río de Janeiro son unas 5 horas de viaje.
Qué hacer en Paraty
Excursión en barco por la bahía
Una de las mejores formas de disfrutar del entorno marino es hacer una excursión en escuna, un barco tradicional de madera muy típico de la zona. El ambiente a bordo fue de lo más animado —en el nuestro incluso había una señora cantando durante todo el trayecto— y nos recibieron con fruta fresca. También se podía comer a bordo, lo que fue perfecto para pasar varias horas en el mar.
Durante la excursión hicimos varias paradas para bañarnos en playas cercanas a Paraty y en islas con aguas claras y cálidas. En una de ellas alquilamos unas gafas y pudimos hacer snorkel: vimos muchos peces de colores y en una de las paradas incluso tuvimos la suerte de ver delfines nadando cerca del barco. Volvimos felices después de haber nadado, tomado el sol y pasado una mañana diferente en el mar brasileño.
Escapada a Trinidade
Una excursión que te recomendamos mucho es visitar Trinidade, un pequeño pueblo a unos 30 kilómetros de Paraty. Se puede llegar fácilmente en autobús local. Desde el pueblo seguimos un sendero que nos llevó a una piscina natural rodeada de rocas, selva y mar abierto. El camino pasa por varias playas amplias y tranquilas, perfectas para hacer una parada y bañarse.
La piscina natural es un lugar muy especial: mientras nadábamos entre peces, al fondo se oía el romper de las olas del mar abierto. Algunos peces incluso se acercaban a nuestras manos, y estuvimos un buen rato disfrutando del agua y del paisaje.
Después regresamos al pueblo para comer algo y descansar un rato en una de sus playas solitarias. Fue uno de esos días en los que te olvidas del reloj por completo.
Pasear por el centro histórico
El casco antiguo de Paraty es uno de los más bonitos que vimos en Brasil. Sus calles empedradas están rodeadas de casas coloniales pintadas de blanco con detalles de colores. A nosotros nos gustó mucho recorrerlo al atardecer, cuando empieza a bajar la luz y poco a poco se van encendiendo las farolas. Todo adquiere un aire muy especial.
En el centro también hay iglesias sencillas y encantadoras y un ambiente muy tranquilo. Nos recordó un poco a Colonia del Sacramento, en Uruguay, por ese aire nostálgico y sereno que comparten ambos lugares.
Paraty es uno de los destinos más especiales del litoral brasileño. Su ubicación privilegiada en plena Costa Verde, el ambiente relajado y sus playas tranquilas la convierten en una parada ideal para desconectar unos días entre Río de Janeiro y São Paulo.
⚠️ No viajes a Brasil sin seguro de viaje 🛡️
Moverse por Brasil sin un buen seguro es como navegar por el Amazonas sin guía: puede parecer emocionante, pero los imprevistos están a la vuelta de la curva. Aunque Brasil es un país increíblemente acogedor, la diversidad de sus paisajes —desde las playas de Paraty, hasta el Desierto de Lençóis Maranhenses o la selva amazónica— implica retos únicos. Los trayectos largos, a menudo por carreteras poco accesibles, los paseos en barco por la selva inundada, o las actividades al aire libre como el senderismo o la exploración de la fauna pueden traer sorpresas inesperadas.
Durante nuestro viaje por este gigante de la naturaleza y la cultura, contar con una cobertura completa nos permitió disfrutar sin preocupaciones. Con Heymondo contratamos el seguro en pocos minutos desde el móvil y tuvimos asistencia 24/7 a través de su app. Desde una torcedura en alguna caminata por la selva, hasta cambios de planes por lluvias intensas o incluso alguna reacción tras probar platos locales, tener un seguro pensado para destinos como Brasil es fundamental.
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Ilha Grande, mucho más que la playa de Lopes Mendes
Ilha Grande (Isla Grande), en plena Costa Verde de Brasil, es uno de esos destinos que parecen sacados de una postal. Se trata de una de las islas más bonitas del país, conocida por sus playas paradisíacas, su selva virgen y su ambiente relajado. Entre todas las playas de Ilha Grande, destaca Lopes Mendes, considerada por muchos como la mejor playa del sur de Brasil. Pero esta isla ofrece mucho más que arena blanca y aguas cristalinas: caminatas por la selva, rutas de trekking, snorkel, excursiones en barco… Aquí te contamos todo lo que puedes hacer en Ilha Grande, uno de los rincones más auténticos de la costa brasileña.
Cómo llegar a Ilha Grande, Brasil
Desde Río de Janeiro hay buses regulares hasta Angra dos Reis, un trayecto que dura unas 3 horas. También puedes llegar desde Paraty en unas 2 horas. Una vez en Angra dos Reis, hay varios tipos de barcos que te llevan hasta Ilha Grande. Nosotros elegimos la opción más económica: el barco público que sale cada día a las 15:30 entre semana (a las 13:30 los fines de semana). Este barco es utilizado principalmente por los habitantes de la isla y es mucho más barato que los catamaranes turísticos, que pueden llegar a costar hasta cinco veces más. Aunque llegamos pronto a Angra dos Reis, preferimos comer tranquilos y luego tomar «la barca», como la llaman allí.
El trayecto finaliza en Vila do Abraão, el único pueblo de la isla y punto de partida ideal para explorar sus playas y rutas.
Dónde dormir en Ilha Grande
En Vila do Abraão encontrarás todo tipo de alojamientos. Los hostales frente a la playa suelen ser más caros, así que si buscas algo económico, te conviene mirar opciones en la parte alta del pueblo. Nosotros nos alojamos en el Harmoni Hostel, donde José Agnaldo nos hizo sentir como en casa desde el primer día. Teníamos una habitación amplia con baño privado y buen ambiente. Como nos quedamos varias noches, después de un poco de negociación, nos hizo un precio mejor. La primera noche incluso jugamos al ajedrez con José… aunque Gábor ganó todas las partidas.
Qué hacer en Ilha Grande
Caminata a la playa Lopes Mendes
Ilha Grande hace honor a su nombre: hay más de 100 playas y 16 senderos señalizados para recorrer a pie. La excursión imprescindible es la que lleva a la playa de Lopes Mendes, a la que se llega tras una caminata de unas 2 horas y media desde Vila do Abraão.
El camino atraviesa la selva y pasa por playas más pequeñas con palmeras antes de llegar a Lopes Mendes. Aunque no es una ruta técnicamente difícil, sí tiene bastantes subidas y bajadas, y con la humedad del bosque llegamos bastante sudados.
Lopes Mendes es una playa virgen de más de 3 kilómetros de arena blanca y mar turquesa. Suele aparecer en los rankings de las mejores playas de Brasil y no es para menos. Pasamos aquí un buen rato bañándonos y descansando tras la caminata.
Además, durante el trayecto tuvimos suerte de ver monos aulladores y otros animales tropicales. Hasta entonces solo los habíamos escuchado en la selva, así que fue un momento especial.
Excursión a la playa Dois Rios
Otra de las caminatas que más nos gustó fue la que lleva a la playa de Dois Rios. Esta playa, más apartada y menos visitada que Lopes Mendes, nos sorprendió por su tranquilidad y belleza.
Aquí se encontraba la antigua prisión de la isla, y el sendero sigue el mismo camino que utilizaban los presos. Durante la caminata vimos pájaros de colores y disfrutamos del entorno selvático. En esta playa desembocan dos ríos, de ahí su nombre, y el contraste entre el agua dulce y el mar crea un paisaje muy especial. Pasamos el día casi solos y con una sensación de desconexión total.
Excursión en barco para descubrir las playas de Ilha Grande
Entre lo más recomendable que hacer en Ilha Grande está sin duda la excursión en barco, que puede ser de media vuelta o de vuelta completa a la isla. Nosotros optamos por la excursión de día completo con la vuelta entera, y fue una experiencia de las que se recuerdan. Fuimos en una lancha pequeña con un motor potente, y durante el trayecto íbamos dando botes entre las olas.
La primera parada fue en la playa de Caxadaço, un rincón escondido y muy pequeño, pero ideal para hacer snorkel y disfrutar del agua cristalina.
Después nos detuvimos en la Playa Parnaioca, otra playa virgen y alargada, que nos recordó un poco a Lopes Mendes. Detrás de la playa había una pequeña iglesia y un cementerio. Volver al barco fue toda una aventura, ya que las olas eran bastante intensas.
La siguiente parada fue la Playa Aventureiro, conocida por su famosa palmera inclinada, donde prácticamente todo el mundo se hace una foto. Nosotros también caímos en la tentación. A pesar de ser una playa pequeña, muchos la consideran una de las más bonitas del sur de Brasil.
Más tarde hicimos una parada en la Playa Meros, que nos encantó. Es una playa pequeña pero con mucho encanto, y aquí también hicimos snorkel, viendo peces de colores nadando entre las rocas.
Para terminar el recorrido, visitamos la Laguna Verde y la Laguna Azul, dos piscinas naturales muy conocidas. Ya era algo tarde y el sol se había escondido, así que la mayoría decidió no bañarse.
Y como en nuestros viajes nunca falta un toque de aventura, de regreso a Vila do Abraão, la lancha se quedó sin gasolina. Tuvimos que esperar a que otro barco viniera al rescate. Al final llegamos de noche y bajo la amenaza de tormenta, pero sanos, salvos y contentos tras un día inolvidable.
De todo nuestro viaje por Brasil, Ilha Grande fue lo más cercano a ese paraíso tropical que uno imagina cuando piensa en las playas del sur del país. Aunque la playa de Lopes Mendes es la más famosa, la isla ofrece muchas otras playas preciosas rodeadas de paisajes salvajes y exuberantes. Ilha Grande nos conquistó por completo.
Río de Janeiro, la ciudad más atractiva de Sudamérica
Por supuesto, Río de Janeiro no podía faltar en nuestro viaje por Brasil. Esta ciudad nos regaló una semana intensa, llena de paisajes impresionantes y una cultura vibrante, desde la majestuosidad del Cristo Redentor hasta las playas de Copacabana e Ipanema. Sin embargo, creemos que Río merece un post aparte, por eso preparamos una guía detallada que te ayudará a descubrir lo mejor de la ciudad, desde sus miradores hasta su animada vida nocturna. Puedes encontrar toda la información en nuestro artículo sobre qué ver en Río de Janeiro en una semana.
Salvador de Bahía y Morro de Sao Paulo – una ciudad colonial y playas de ensueño
Salvador de Bahía es una de las ciudades más fascinantes de Brasil. Fue la primera capital del país durante el periodo colonial y, hoy en día, es considerada la capital cultural afrobrasileña, ya que una gran parte de su población es de ascendencia africana. El centro histórico de Salvador está entre los más bonitos de Brasil y, además, muchos viajeros la eligen como base para visitar algunas de las mejores playas del noreste brasileño. Sin duda, es una parada imprescindible si estás planeando un viaje por Brasil y te interesa conocer más sobre el pasado colonial del país.
Salvador es una ciudad muy extensa, y gran parte de su territorio está compuesto por barrios humildes y favelas. Es cierto que tiene fama de ser un lugar con ciertos niveles de inseguridad, y se nota que mucha gente vive en situaciones difíciles. Aun así, su riqueza cultural y su atmósfera única la convierten en una ciudad muy especial. Su centro histórico, Pelourinho, está considerado uno de los mejores conjuntos coloniales de América Latina. Además, muy cerca de la ciudad se encuentran lugares como Morro de Sao Paulo, conocido por sus playas paradisíacas. En esta guía te contamos qué ver y hacer en Salvador de Bahía y sus alrededores.
Qué ver y hacer en Salvador de Bahía, Brasil
Recorrer la ciudad en autobús
Salvador de Bahía es una ciudad inmensa, y si quieres hacerte una idea más completa de sus dimensiones, vale la pena subir a un autobús urbano. Así podrás ver zonas más allá del centro y disfrutar del ambiente local en otros barrios de la ciudad.
Visitar el Mercado Modelo
El Mercado Modelo es uno de los lugares más animados del centro. Está lleno de puestos de artesanía y souvenirs, con colores vivos y una gran variedad de productos típicos. Nosotros pasamos bastante rato curioseando entre los distintos puestos.
Subir a la Ciudad Alta en el Elevador Lacerda
Uno de los símbolos de Salvador es el Elevador Lacerda, un ascensor que conecta la Ciudad Baja con la Ciudad Alta, donde se encuentra el centro histórico. Las vistas desde arriba permiten apreciar la bahía y parte del centro.
Pasear por el barrio de Pelourinho
El barrio de Pelourinho es el corazón colonial de Salvador. Sus calles empedradas, casas de colores y plazas llenas de vida nos trasladan a los tiempos del Brasil colonial. Pasamos varias horas caminando por sus calles, visitando iglesias y disfrutando de la arquitectura barroca. Nos llamó la atención que, pese a ser un país tan religioso, muchas iglesias cobran entrada. Una forma interesante de conocer este barrio es haciendo un free tour por Pelourinho y el centro histórico.
Ver espectáculos callejeros y arte urbano
En las calles del centro no es raro encontrar música en vivo y baile tradicional. Recuerdo especialmente un grupo de jóvenes de una escuela de música que tocaban tambores, mientras varias chicas bailaban con vestidos típicos. También vimos muchas mujeres vestidas con trajes tradicionales que posan para las fotos, aunque suelen pedir algo a cambio.
Probar la comida callejera local
Una de las cosas que más disfrutamos fue la comida callejera. En especial, el acarajé, una bola frita hecha con harina de frijoles y rellena con camarones, entre otros ingredientes. Tiene un sabor muy intenso y es típico de la cocina afrobrasileña de Bahía.
Entrar en algunas iglesias barrocas del centro
El centro histórico está lleno de iglesias barrocas que reflejan el poder de la Iglesia y los comerciantes de la época colonial. La Iglesia del Señor de Bonfim es uno de los templos más venerados de Salvador y la Iglesia de San Francisco, construida en el siglo XVIII, destaca por su impresionante interior dorado.
Morro de Sao Paulo, playas de ensueño
Dentro de la ciudad encontrarás playas urbanas con aguas claras, ideales para un baño rápido o para relajarte en uno de los chiringuitos. No obstante, si lo que buscas es un entorno más paradisíaco, te recomendamos visitar Morro de Sao Paulo, uno de los destinos de playa más bonitos del noreste de Brasil.
Morro de Sao Paulo está ubicado en la isla de Tinharé, a poca distancia de Salvador. Sus playas son tranquilas, con arena fina y agua cálida. Muy cerca también se encuentra la isla de Boipeba, otro rincón espectacular con playas casi vírgenes. La ventaja es que están lo suficientemente cerca como para incluirlas fácilmente en tu ruta por Salvador y alrededores.
Cómo llegar a Morro de São Paulo
Para viajar a las playas de Morro de São Paulo hay dos formas principales. La más directa es tomar un catamarán desde el puerto de Salvador de Bahía, aunque es bastante caro y tiene fama de ser un trayecto complicado, ya que muchas personas sufren mareos durante la travesía.
Nosotros preferimos la segunda opción, mucho más económica y, aunque más lenta, también más entretenida. Primero tomamos un barco hasta Mar Grande, una localidad en una isla cercana. Desde allí seguimos el camino en minivan hasta Valença, compartiendo el trayecto con gente local. En un momento tuvimos que cambiar de vehículo, y aunque al principio no estábamos del todo seguros, todo fue bien y llegamos sin problema.
El paisaje durante el trayecto es muy bonito, con vegetación tropical por todas partes. Desde Valença tomamos una lancha rápida que nos llevó finalmente a Morro de São Paulo.
Dónde dormir en Morro de São Paulo
Después de mirar varias opciones, acabamos alojándonos en el Reggae Hostel, parte de la red de Hostelling International. Lo llevaba un tipo que parecía sacado de un disco de Bob Marley, y todo el lugar estaba decorado con motivos rastafaris. Fue muy amable con nosotros, siempre dispuesto a ayudar.
Un detalle que nos encantó: cada tarde cocinaba unas tartas caseras increíbles que luego servía por la mañana junto con fruta fresca. El desayuno de los tres días fue una maravilla.
Conocer las playas del pueblo de Morro de Sao Paulo
Las playas de Morro de Sao Paulo que están en el mismo pueblo tienen nombres muy sencillos: Primera, Segunda, Tercera y Cuarta playa. La más animada es la Segunda playa, donde se concentra el ambiente con restaurantes, chiringuitos y puestos que preparan cócteles con frutas frescas. En cambio, la Tercera playa es mucho más tranquila, y la Cuarta playa prácticamente no tiene gente, perfecta si buscas desconexión total.
Excursión en barco a Boipeba y otros lugares
Una de las actividades más recomendables que hacer en Morro de Sao Paulo es una excursión en barco por sus alrededores. Durante el recorrido, hicimos dos paradas en piscinas naturales para hacer snorkel. En la segunda había muchísimos peces de colores. Eso sí, nos habría gustado que el itinerario incluyera alguna parada más para disfrutar de ese fondo marino.
Después navegamos hasta la playa de Boipeba, una isla vecina de Morro de Sao Paulo. La playa, con sus palmeras y aguas tranquilas, era bonita, aunque nos pareció algo saturada de restaurantes. Nos refugiamos a la sombra de una palmera para comer y descansar hasta que el barco volvió a zarpar.
La ruta siguió por el Río do Inferno, un lugar con un paisaje que nos recordó un poco a esas escenas de películas ambientadas en Vietnam: manglares interminables a ambos lados del río, con árboles cuyas raíces se hunden en el agua. Hicimos una última parada en Cairú, el segundo pueblo más antiguo de Brasil, donde visitamos el centro histórico y el convento.
La excursión estuvo bien, aunque nos pareció menos completa que la excursión en Ilha Grande, en la que hicimos el doble de paradas y todas ellas en playas espectaculares.
Disfrutar de las puestas de sol en Morro de Sao Paulo
Una de las cosas más sencillas y bonitas que hacer en Morro de Sao Paulo es quedarse a ver la puesta de sol. Cada tarde nos sorprendía con unos colores increíbles. Dicen que aquí se ven algunos de los mejores atardeceres del mundo, y la verdad es que cada día nos quedábamos un buen rato mirando el cielo.
Paseo hasta la Playa de Gamboa
Desde el pueblo, si caminas en dirección opuesta a las playas principales, llegarás a zonas aún más tranquilas. Una de nuestras favoritas fue la Playa de Gamboa, una de esas playas que parecen estar esperando a que las descubras. El ambiente es muy relajado y apenas hay gente. Nosotros estuvimos un buen rato bañándonos solos, una experiencia genial.
Después llegamos al pequeño pueblo de Gamboa, donde regateamos el precio para volver en barca al Morro. El trayecto incluía una parada en una isla frente a la costa, con una piscina natural de aguas muy poco profundas. Era como una duna de arena en medio del mar, con un color que contrastaba con todo lo que habíamos visto.
Qué comer en Morro de Sao Paulo, Brasil
En las playas de Morro de Sao Paulo hay un montón de restaurantes donde se come muy bien. Nosotros probamos una moqueca de pescado, uno de los platos más típicos de Bahía. El pescado se cocina con verduras y una salsa especiada, y lo comimos en una terraza justo al borde del mar.
En las playas principales también hay puestos donde preparan cócteles con frutas frescas y cachaça. Tú eliges las frutas y ellos se encargan del resto. Todo muy natural y sabroso.
Aquí también probamos por fin el famoso “açaí na tigela”, una especie de crema fría hecha con açaí, a la que le añaden plátano, cereales o frutas. Una auténtica delicia.
La ciudad de Salvador de Bahía no es de las más sencillas para el viajero. Es muy grande, algo caótica y en algunas zonas no es segura. Sin embargo, su centro histórico merece una visita para entender mejor la historia colonial del país. En contraste, Morro de Sao Paulo, su zona de playa más conocida, es todo lo contrario: un lugar ideal para desconectar y dejar pasar los días sin prisa. Nos habría encantado quedarnos más tiempo. Dentro de todas las playas cercanas a Salvador de Bahía, puede que nuestra favorita fuera la Playa de Gamboa, por ese ambiente tan tranquilo que cuesta encontrar.
Jericoacoara: entre mar y dunas
Jericoacoara es un pequeño pueblo situado en la costa norte de Brasil. Su nombre, bastante largo, suele abreviarse simplemente como Jeri entre los viajeros. La playa de Jericoacoara está considerada como una de las mejores playas que ver en Brasil, y aparece en muchos rankings dedicados a las joyas costeras del país. Aunque se ha convertido en un destino bastante frecuentado por turistas, no es tan fácil llegar, lo cual contribuye a que conserve una atmósfera apartada y especial. Nosotros pasamos unos días muy tranquilos en Jericoacoara, un lugar que nos pareció realmente diferente a todo lo demás.
Cómo llegar a Jericoacoara
La ciudad grande más cercana es Fortaleza, a donde volamos desde Salvador de Bahía. Después de pasar una noche en un hostal, tomamos un autobús hasta Jijoca, el último pueblo con carretera antes de llegar a Jericoacoara.
El tramo hasta Jijoca fue bastante normal, pero la parte interesante vino después. Jericoacoara se encuentra en una zona de dunas y lagunas, sin carreteras de acceso. Desde Jijoca, el recorrido continúa en vehículos 4×4, que cruzan por terrenos arenosos hasta llegar al pueblo. El trayecto no es largo, pero sí bastante movido. Nosotros lo disfrutamos, aunque reconozco que por momentos estábamos algo preocupados porque las mochilas iban en el techo del vehículo.
Qué hacer en Jericoacoara
El pueblo es muy pequeño, con apenas cuatro calles principales, pero al ser un destino bastante turístico (sobre todo en temporada alta), no le faltan bares, restaurantes y una buena oferta de alojamientos. Hay muchos italianos y alemanes, tanto de visita como viviendo allí. De hecho, bastantes europeos han montado sus propios negocios en el pueblo.
Subir a la duna principal para ver el atardecer
En Jeri, ver la puesta de sol desde la duna más alta junto al mar es casi una tradición. Cada tarde, mucha gente se acerca a este lugar para sentarse en la arena y ver cómo el sol se esconde en el océano. Puede que se forme cierta multitud, pero el ambiente es tranquilo.
La puesta de sol es muy bonita, aunque en nuestro caso los colores no nos impresionaron tanto como los que vimos en Morro de São Paulo.
Excursiones de aventura en los alrededores
Si solo te quedas en el pueblo, no hay muchas actividades, pero hay excursiones organizadas en buggy, a caballo o en 4×4 que te llevan por los alrededores. Nosotros al principio pensábamos hacer una de estas rutas en buggy, pero finalmente decidimos ahorrar para visitar el Parque Nacional de los Lençóis Maranhenses, un paisaje similar aunque mucho más amplio y con menos visitantes.
Subir al faro para disfrutar de las vistas
El faro de Jericoacoara en sí no tiene demasiado interés, pero la colina donde está ubicado ofrece unas vistas preciosas. Es un lugar lleno de vegetación, con vacas, burros y ovejas que pasean libremente entre los cactus. Desde arriba se contempla el pueblo, las playas y el mar por un lado, y por el otro, una enorme extensión de dunas. El paisaje es espectacular.
Visitar la Pedra Furada
Uno de los iconos de Jericoacoara es la Pedra Furada, una gran formación rocosa con un agujero en el centro, situada junto al mar. Nosotros bajamos de la colina del faro y seguimos caminando por la playa hasta llegar a esta piedra. A algunos les puede parecer solo una roca más, pero a nosotros nos gustó mucho. Tiene algo especial ver cómo las olas atraviesan ese hueco en la piedra.
Ambiente relajado y animado en la playa
En la playa de Jericoacoara siempre encontramos muy buen ambiente, con música y bastante movimiento. A los brasileños les encanta la capoeira y en más de una ocasión nos quedamos un rato viendo alguna exhibición en la arena. También hay bares frente al mar donde tomar algo mientras se pone el sol o se escucha música en directo.
Lençois Maranhenses – el desierto más especial del mundo
¿Habrás leído alguna vez un cuento que hablaba de un desierto infinito en el que, entre dunas de arena, aparecían lagunas de agua cristalina donde se reflejaba el cielo? Pues este paisaje irreal existe de verdad y se encuentra en el Parque Nacional de Lençóis Maranhenses, en el noreste de Brasil.
No hay palabra que le haga justicia: Lençóis Maranhenses es único, aislado y sorprendente. Fue, sin duda, una de las grandes aventuras de nuestro viaje por Brasil. Además, al encontrarse en una zona remota y de difícil acceso, sigue siendo un lugar ajeno al turismo masivo. En este post te contamos cómo fue nuestra experiencia y compartimos información útil para organizar tu visita.
Cómo llegar a Lençóis Maranhenses desde Jericoacoara
Llegar al Parque Nacional de los Lençóis Maranhenses no es tan sencillo como subirse a un autobús y bajarse frente a la entrada. Requiere varios medios de transporte y al menos un par de días. Pero precisamente eso lo convierte en una pequeña aventura dentro del viaje.
Nosotros salimos por la mañana desde Jericoacoara en un 4×4, siguiendo una ruta preciosa que nos llevó por dunas y tramos de playa hasta Camocim. Uno de los momentos más pintorescos del trayecto fue cruzar una laguna en una especie de balsa de madera, a la que subimos directamente con el coche. El conductor empujaba la plataforma con un palo largo, como si fuera una góndola brasileña.
Desde Camocim esperamos un par de horas para tomar una van hacia Parnaíba. De allí continuamos con un bus de línea que sale una sola vez al día y llega hasta Paulino Neves, donde termina el asfalto. Allí nos dejaron directamente en el único hostal del pueblo, bastante modesto, pero suficiente para pasar la noche.
Al día siguiente nos levantamos a las 4 de la mañana para subir a una camioneta en dirección a Barreirinhas. Salimos aún de noche, en plena oscuridad, y el trayecto fue toda una experiencia: caminos de arena, pasos entre dunas, charcos profundos… En varios momentos sentimos cómo el motor del vehículo se sumergía en el agua. Finalmente llegamos a Barreirinhas, el principal acceso al parque y base para la mayoría de los visitantes.
Cuándo ir a Lençóis Maranhenses
Este paisaje tan singular se forma gracias a las lluvias que caen entre diciembre y junio, llenando las depresiones entre las dunas con agua. Por eso, la mejor época para visitar Lençóis Maranhenses es entre junio y agosto, cuando las lagunas están en su punto ideal. Nosotros fuimos en mayo y, aunque era algo pronto, ya encontramos muchas de ellas llenas.
Ten en cuenta que fuera de esta temporada muchas lagunas se secan y la experiencia puede ser completamente distinta.
Cómo visitar el Desierto de Lençóis Maranhenses
Un tour en 4×4 desde Barreirinhas
La opción más habitual es contratar un tour en 4×4 desde Barreirinhas. En unas pocas horas se visitan algunas de las lagunas más accesibles, como la Lagoa Azul o la Lagoa Bonita. Es ideal para quienes tienen poco tiempo o buscan una excursión más cómoda.
Aun así, creemos que este lugar se disfruta mucho más si se pasa al menos una noche cerca del parque.
Trekking de 2 días con noche en el desierto
Nosotros teníamos en mente desde hacía tiempo la idea de ir más allá del recorrido típico y adentrarnos de verdad en este paisaje. Por eso quisimos llegar hasta Atins, un pueblo remoto al borde del parque, mucho más cercano a las dunas que Barreirinhas.
Atins solo es accesible en barco o 4×4. Nosotros conseguimos una lancha rápida que nos llevó haciendo una pequeña excursión y luego nos dejó allí. Al llegar, nos pareció un pueblo fantasma: sin internet, sin señal de móvil, sin servicios turísticos organizados. Pero eso precisamente fue parte del encanto.
Allí conocimos a Maduro, un chico local que se ofreció como guía para llevarnos al corazón del parque. Es imprescindible ir acompañado, ya que el paisaje puede desorientar fácilmente y no hay señalización alguna.
Tras pasar la noche en Atins, salimos a las 4:30 de la madrugada para caminar mientras el sol aún no apretaba. Pronto dejamos atrás la vegetación baja y nos metimos entre las grandes dunas. Estando tan cerca del ecuador, el sol empieza a pegar fuerte desde muy temprano y el calor se nota enseguida.
Pronto empezamos a ver las primeras lagunas. Era como si estuviéramos dentro de un sueño: enormes dunas de arena blanca sin rastro de vegetación, y entre ellas, lagunas de agua cristalina de colores imposibles. Nos parecía algo completamente irreal, y la sensación se intensificó al llegar a la Laguna Verde, donde nos dimos un baño largo y reparador. Lençóis Maranhenses nos sorprendió desde el primer momento y nos enganchó enseguida.
El agua era perfecta: de un color azul cielo, transparente y con una temperatura ideal para refrescarse. Eso sí, no había ni una sombra, así que después del baño continuamos con la caminata. Avanzar entre las dunas no era sencillo. En muchos tramos el suelo era muy blando y costaba bastante mantener el ritmo. El sol pegaba fuerte y el calor no daba tregua, por eso lo mejor que podíamos hacer era mojarnos enteros en cada laguna —camiseta, gorro y todo— para seguir con algo más de alivio.
Nuestro guía, Maduro, caminaba a paso ligero y a veces se nos adelantaba bastante para buscarnos el camino más fácil, evitando subidas y bajadas innecesarias. Después de unas 10 horas de caminata llegamos por fin a un oasis, el lugar donde pasaríamos la noche. Fue un contraste increíble: tras horas y horas de arena sin fin, apareció de golpe un entorno con vegetación abundante y lagunas grandes, como si hubiéramos cambiado de mundo.
En este oasis remoto viven solo cinco familias que llevan un estilo de vida muy alejado de la civilización. Cruzar el oasis nos llevó una hora más, hasta llegar a la pequeña casa donde íbamos a dormir. Allí vivía una familia en una humilde casita de madera y hojas de palmera. Alrededor tenían animales sueltos: gallinas, cerdos, cabras, perros… todos compartiendo espacio junto a la vivienda. En una construcción anexa más pequeña, la señora de la casa nos preparó dos hamacas para pasar la noche.
Estas cabañas no tienen puertas, así que el aire circula libremente. El agua la sacaban de un pozo y la electricidad dependía de un generador que encendían solo unas horas por la noche. Para la cena, comimos una gallina que acababan de sacrificar y nos duchamos sacando agua de un contenedor con cubos de plástico. Estábamos tan cansados que, tras tomar una cerveza y charlar un rato con Maduro y el marido de la señora, nos fuimos a dormir a las 9. Habíamos caminado casi 11 horas y no nos quedaban fuerzas para más.
A la mañana siguiente, igual que los días anteriores, nos levantamos a las 4, tomamos algo de desayuno y nos pusimos en marcha. El camino de regreso fue mucho más fácil, ya que no volvimos por las dunas, sino que tomamos una ruta por la playa. Nos quedaban solo unas 2 horas más de caminata entre dunas. Caminar al amanecer, con el sol saliendo entre los montículos de arena y los colores suaves del cielo reflejados en las lagunas, fue uno de esos momentos que se quedan grabados para siempre.
El calor era igual de intenso que el día anterior, pero el terreno más llano y firme nos permitió avanzar con rapidez. El paisaje era una playa infinita, interrumpida solo de vez en cuando por pequeñas casitas de pescadores o grupos de cabras.
Al poco rato llegamos a Atins, un pequeño pueblo costero donde terminó nuestra travesía por los Lençóis Maranhenses. Sin exagerar, podemos decir que es uno de los lugares de naturaleza más impresionantes que hemos visto, no solo en Brasil, sino en toda nuestra vida viajera.
Sao Luis y Belém: La entrada de la Amazonia
Las ciudades de Sao Luís y Belém, en Brasil, suelen ser el punto de partida para muchos viajeros que se dirigen hacia la Amazonía. Ambas tienen un pasado colonial notable, con un centro histórico interesante, aunque en general presentan un estado de conservación bastante desigual. En especial Belém aparece a menudo en los rankings como una de las ciudades con mayor tasa de delincuencia en Brasil, y sinceramente, no nos sentimos muy cómodos caminando por allí de noche. A continuación, te contamos cómo fue nuestra experiencia en estas dos ciudades.
Cómo llegar a Sao Luís, Brasil
Para llegar a Sao Luís salimos desde Barreirinhas, donde justo habían cambiado de ubicación la estación de buses. Nadie tenía muy claro dónde salía el autobús y recibimos información bastante confusa. Al final, lo encontramos en una plaza donde acababan de abrir una taquilla improvisada y escribían los billetes a mano. El trayecto duró unas cuatro horas y llegamos a la ciudad por la tarde.
El centro histórico de Sao Luís nos pareció uno de los más auténticos que vimos en Brasil. Tiene un aire portugués que recuerda un poco a Oporto, aunque en estado más deteriorado. A pesar de eso, tiene cierta personalidad. No es casualidad que haya sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Nos acercamos al mercado y paseamos por sus calles con fachadas antiguas, muchas en mal estado, pero llenas de vida local.
En la ciudad hay varios museos interesantes, como el Museo de Arte Sacra, el Museo del Negro y el Museo de Artes Visuales. Entre sus edificios más emblemáticos destacan el Convento de las Mercedes, el Teatro Arthur Azevedo y el Palacio de los Leones, actual sede del Gobierno del estado de Maranhão.
Cómo llegar a Belém, Brasil desde Sao Luís
La forma más práctica de ir de Sao Luís a Belém es en autobús nocturno. Así puedes dormir durante el trayecto y ahorrarte una noche de alojamiento. El autobús era bastante cómodo y nos permitió descansar bien.
Qué ver en Belém, Brasil
Belém no nos pareció una ciudad especialmente bonita ni acogedora. Situada cerca del ecuador, tiene un clima pesado y un ambiente un tanto complicado, al menos en las zonas que recorrimos. Lo que sí recordamos con fuerza es que fue el lugar donde vimos por primera vez el río Amazonas, un momento que nos marcó, ya que durante las siguientes semanas ese río sería casi como nuestro hogar.
Nos dimos una vuelta por el centro, probamos algunos zumos con frutas cuyos nombres ya hemos olvidado, y caminamos por la zona del puerto. Desde allí se puede ver bien el Amazonas, que tiene una anchura impresionante, más parecido a un lago que a un río.
Uno de los lugares que más nos gustaron fue el mercado “Ver-o-Peso”, muy popular entre locales. Allí probamos primero unos pastelitos con jugos naturales y luego comimos un plato muy típico: pescado frito con açaí. Lo curioso es que el açaí aquí no se sirve como postre dulce, sino como acompañamiento del plato, con un sabor más neutro y terroso.
En la ciudad vieja nos detuvimos frente a la Catedral de Sé, probablemente uno de los edificios más bonitos de Belém. También visitamos el Mangal das Garças, un parque muy agradable con lagos pequeños y gran variedad de aves. Es un buen sitio para dar un paseo tranquilo.
Terminamos el recorrido en el Teatro da Paz, uno de los lugares más representativos de la ciudad. Allí unos chicos se ofrecieron espontáneamente a contarnos un poco de la historia del edificio, y la verdad es que fue una visita muy amena.
Sao Luís y Belém fueron dos paradas necesarias en nuestro itinerario, que nos sirvieron como descanso entre el desierto de los Lençóis Maranhenses y la selva amazónica. De las dos, nos sentimos bastante más cómodos en Sao Luís; Belém se nos quedará grabada como la ciudad donde vimos por primera vez el gran río que nos acompañaría durante el resto del viaje.
El río Amazonas siempre ha sido un símbolo de aventura y naturaleza salvaje. Un viaje a la selva amazónica en barco es una de esas experiencias únicas que muchos sueñan con vivir alguna vez. Ahora bien, cuando hablamos de viajar por el Amazonas en crucero, no nos referimos a un crucero de lujo. Aquí, los barcos que surcan el río funcionan como transporte público, y son el modo habitual que tienen los locales para moverse entre las comunidades del Amazonas.
Cómo viajar en crucero por el Amazonas en Brasil
Para organizar un viaje por el Amazonas en barco, tienes dos posibilidades. Una opción es embarcarte en los barcos públicos que operan entre ciudades como Belém, Santarém o Manaus. La otra alternativa es reservar un tramo en un barco privado de mayor confort, aunque de esta última no podemos hablar por experiencia, ya que nosotros optamos por viajar como lo hacen los locales.
La experiencia de viajar en un crucero local por el Amazonas
Empezamos nuestra ruta en Belém. Ya desde el embarque supimos que este tipo de viaje tiene su propio ritmo. Hicimos la cola para subir al barco, pero al llegar al control de seguridad nos mandaron volver atrás: nos faltaba la pulsera identificativa del barco, que debíamos haber recogido en otra ventanilla. Una vez puesta, nos encontramos con que el embarque ya estaba cerrado. Eran las 16:30 y tuvimos que esperar hasta las 18:00 para volver a intentarlo. Al final conseguimos subir, y así comenzó nuestro particular viaje por el Amazonas.
El trayecto duraba dos días y medio, y teníamos la opción de dormir en una zona de hamacas compartida o en un camarote privado. Elegimos la segunda opción, aunque el camarote era tan pequeño que nuestras mochilas apenas cabían dentro.
La salida estaba prevista para las 18:00, pero hubo que esperar a que terminaran de cargar mercancía desde varios camiones. Con más de tres horas de retraso, por fin nos alejamos de Belém y nos adentramos en la selva.
Al principio pensamos que el tiempo a bordo sería aburrido, pero la realidad fue muy distinta. Hicimos buenas migas con otros pasajeros y pasamos gran parte del viaje charlando, riendo y compartiendo cervezas. El trayecto pasó mucho más rápido de lo que imaginábamos.
Como el barco iba a contracorriente, navegábamos muchas veces cerca de la orilla, lo que nos permitió ver el bosque inundado, casas elevadas sobre pilotes o directamente bajo el agua, y escenas cotidianas de la vida en la selva. Viajamos en época de lluvias, que a nuestro parecer es una buena temporada para visitar el Amazonas si te interesa observar cómo las comunidades locales se adaptan al entorno.
Durante el trayecto hicimos paradas en varios pueblos como Breves, Monte Alegre o Prainha, ya fuera para cargar pasajeros o mercancía. A veces pequeños botes se acoplaban al nuestro para entregar productos en marcha, y en otras ocasiones eran niños los que se acercaban en canoas para vender fruta o pan. Este tipo de viaje te da una perspectiva muy cercana de la vida en el Amazonas.
En la parada de Breves, el barco no llegó del todo al muelle, así que improvisaron un “puente” con una tabla de madera para descargar. En cuestión de minutos, varios vendedores subieron al barco —algunos incluso escalando las paredes— y empezaron a ofrecer comida, fruta o helados. Nos sorprendió mucho su agilidad y organización.
Si hay algo que no recordamos con cariño fue la comida a bordo. El almuerzo se servía entre las 10:30 y las 13:00, y si ibas más tarde de las 12:00 ya te miraban raro. El trato por parte del personal tampoco fue el mejor, con algunas camareras que no parecían estar de humor para atender a nadie, aunque hubo alguna excepción simpática.
Una de las grandes sorpresas del viaje fue poder ver delfines rosados en libertad. Fue un momento mágico y uno de los recuerdos más bonitos que nos llevamos del Amazonas.
Al final, nuestro viaje en barco por el Amazonas duró un día más de lo previsto: en vez de los dos días y medio que nos habían dicho, tardamos tres días y medio en llegar a Santarém. Hemos viajado mucho con Renfe y con Vueling, pero con todo el retraso que acumulamos en estas 60 horas de travesía, ni ellos podrían haber competido.
Lo más frustrante fue que ni siquiera en la última noche nos supieron dar una hora de llegada clara ni cuánto tiempo estaría el barco parado en el puerto de Santarém. Como el barco continuaba rumbo a Manaos, no queríamos arriesgarnos a seguir a bordo sin querer, así que decidimos no dormir esa última noche. A las 3 de la madrugada ya habíamos llegado, pero no pudimos bajar hasta pasadas las 7.
El viaje en crucero local por el Amazonas no es un viaje de lujo, eso hay que tenerlo claro. Pero tanto los paisajes que se ven desde la cubierta, como la experiencia de la travesía en sí y el ambiente que se crea entre los pasajeros hacen que este tipo de viajes se conviertan en una vivencia inolvidable. Muy recomendable si uno va con la actitud adecuada.
Aventuras en la selva: Santarém
La selva amazónica es la más grande del planeta, una región que abarca varios países de Sudamérica y que en Brasil alcanza una extensión impresionante. Viajar hasta aquí con la idea de descubrir la fauna y flora de la Amazonia es algo que muchos viajeros sueñan desde hace tiempo. Sin embargo, no es raro que algunos vuelvan un poco decepcionados por no haber visto tantos animales como esperaban. A diferencia de los documentales, los animales del Amazonas suelen mantenerse bien escondidos, lejos de los humanos, y verlos en libertad es una cuestión de suerte, paciencia y también de tener buenos ojos.
Nosotros habíamos leído bastante antes del viaje y teníamos claro que el contacto con la naturaleza no iba a ser como en un zoo. Lo que queríamos era simplemente vivir de cerca este entorno único y disfrutar cada instante en este pedacito de mundo tan especial. Durante los días que pasamos en Santarém y sus alrededores, no solo vimos bastantes animales, sino que además lo hicimos acompañados por Gil Serique, un guía apasionado y profundo conocedor del Amazonas, que nos transmitió su cariño y respeto por esta zona tan especial de nuestro viaje por Brasil.
Cómo llegar a Santarém, Brasil
Elegimos la ciudad de Santarém como base para nuestras excursiones en la selva, situada justo en el punto donde el río Tapajós se une al Amazonas. Llegamos a Santarém en un viaje en barco desde Belém, una experiencia en sí misma. El trayecto estaba previsto en dos días y medio, pero al final fueron tres días y medio navegando por las aguas marrones del gran río, viendo la vida cotidiana de las comunidades ribereñas desde la hamaca.
Animales del Amazonas en la ciudad de Santarém
Nada más llegar a Santarém, empezamos a ver los primeros animales sin salir siquiera de la ciudad. Nuestro guía Gil nos llevó al mercado local, donde cada mañana un hombre da de comer a los delfines rosas y a grandes aves que se acercan atraídas por el pescado fresco. Este momento, más allá del espectáculo, fue una buena manera de ver de cerca a uno de los animales más emblemáticos del Amazonas. Los delfines rosas —o botos— son elegantes y curiosos, y se mueven con total libertad por los ríos de la región.
Deforestación en la selva amazónica
Además de conocer la naturaleza de la zona, también teníamos curiosidad por descubrir la vida cotidiana en el interior del Amazonas. Una de las visitas más sorprendentes fue a Belterra, un pueblo con casas de madera y jardines cuidados que recuerda más a Estados Unidos que a Brasil. Esta población fue fundada como parte del proyecto Fordlândia, cuando Henry Ford intentó establecer plantaciones de caucho en la región. Hoy en día aún se conserva parte de esa estética americana, con calles amplias y casas organizadas en bloques.
En el camino hacia Belterra, también vimos uno de los grandes problemas de la zona: la deforestación. Grandes extensiones de selva han sido sustituidas por cultivos de soja y otras plantaciones, muchas veces ilegales. Es impactante ver cómo los paisajes verdes van desapareciendo poco a poco. Este proceso, más allá de alterar el paisaje, tiene consecuencias muy graves: los animales pierden su hábitat, y algunas especies están cada vez más amenazadas. Y lo peor es que muchas de estas actividades cuentan con el silencio —cuando no el apoyo— de las autoridades.
Excursión a la selva amazónica cerca de Santarém
Para entrar más en contacto con el entorno, organizamos una caminata por el Parque Nacional del Tapajós. Allí nos acompañó una guía indígena que conocía perfectamente el terreno. Dejamos el coche en un camino de tierra y nos adentramos a pie en la selva, buscando el lugar ideal para montar el campamento donde pasaríamos la noche.
Como no hay senderos marcados, nuestra guía iba abriendo paso con un machete, cortando ramas y hojas. Para nosotros era como vivir una escena de película, pero aquí es simplemente la manera normal de avanzar en el bosque. La selva amazónica es tan densa como húmeda, y el clima no da tregua. El calor y la humedad son constantes, y los insectos no paran de acompañarte. Cada dos por tres se nos caía algún bicho encima de la cabeza, pero todo formaba parte de la aventura.
Dormir en la selva amazónica cerca de Santarém
Después de un buen rato caminando, encontramos un árbol enorme que nos pareció perfecto para colgar nuestras hamacas. El terreno estaba lleno de hierbas y pequeños arbustos, así que nuestra guía se puso manos a la obra para limpiar el espacio donde pasaríamos la noche.
El clima en la Amazonia varía entre dos estaciones bien marcadas: la seca y la de lluvias. Aunque el calor es constante todo el año, en la temporada húmeda (de diciembre a mayo aproximadamente) las lluvias son frecuentes y fuertes. Como nuestro viaje coincidió con esta época, nos preparamos por si llovía durante la noche, construyendo un pequeño refugio junto a las hamacas.
Para la cena probamos pollo cocinado en unos palos de madera hechos con ramas de la selva, y estaba delicioso, especialmente con el hambre que teníamos.
Dormir en la selva fue probablemente la mayor aventura. La fauna amazónica se activa durante la noche y estar en las hamacas escuchando los sonidos de la selva es algo que no se olvida. Durante la noche oímos grillos, escorpiones, diferentes pájaros, y hasta algunos monos nocturnos que se acercaron y hacían caer hojas o ramas pequeñas sobre nuestras hamacas. El ruido que hacen los animales de la selva por la noche puede ser realmente fuerte, sobre todo cuando los monos comienzan a gritar para marcar su territorio. En este VÍDEO podéis escucharlo, aunque la imagen sea negra porque fue grabado de noche.
Conociendo la flora de la Amazonia
Para aprender más sobre la flora de la región, hicimos una excursión por un sendero creado por los abuelos de Gil, que pasa cerca de muchos árboles con frutas exóticas y plantas que utilizan como medicina tradicional. También vimos los árboles de caucho y nos enseñaron cómo se extrae el látex, el líquido del que se obtiene la goma.
Avistamiento de animales en la selva inundada
Como última actividad en la región cercana a Santarém, hicimos una excursión en barco por la selva inundada para observar la fauna local. Cuando hay mucha lluvia, gran parte de la selva se convierte en un bosque inundado. En estas condiciones es más sencillo ver a los animales porque el agua permite acercarse a la copa de los árboles, donde se refugian muchos pájaros.
Pudimos ver diferentes especies: varios perezosos, muchos loros y aves de colores variados, y también algunas iguanas. Los perezosos son especialmente curiosos: se mantienen agarrados a los árboles y, al detectar nuestra presencia, descienden muy despacio para esconderse.
Lo que más nos impresionó fue adentrarnos con el barco en el bosque más denso, con nuestro guía abriendo camino para que el barco pudiera pasar. La poca luz que entraba daba a esta parte un aire casi místico.
Nuestros días cerca de Santarém fueron inolvidables. Tuvimos la oportunidad de conocer de cerca muchos ejemplares de la flora y fauna amazónica, un ecosistema único que no deja indiferente. La selva más grande del mundo dejó una huella profunda en nosotros.
En la selva amazónica de Manaus
El Amazonas es el río más caudaloso del planeta y también el corazón que da vida a la selva tropical más extensa del mundo. Para muchos, visitar esta región de Brasil es un sueño de infancia. Nosotros ya habíamos vivido unos días mágicos en la zona de Santarém, pero queríamos seguir descubriendo más de este mundo tan particular, donde la naturaleza se muestra en estado puro.
La aventura que vivimos en las cercanías de Manaus, conocida como la capital de la Amazonia brasileña, fue todavía más intensa. Tuvimos la suerte de contar con Adenir y su familia, que nos acogieron como si fuéramos amigos de toda la vida. Pasamos unos días inolvidables saliendo en busca de fauna salvaje y conociendo de cerca el día a día de quienes viven integrados en este entorno único.
Excursión diurna en barco
El primer día por la mañana recorrimos parte del río Negro en una pequeña lancha. Aunque esta zona tiene menos fauna visible que otros afluentes, vimos muchísimas aves tropicales con plumajes sorprendentes. Además, al navegar por esta parte del río, pudimos observar las casas flotantes de las comunidades ribereñas, muchas de ellas afectadas por las crecidas debido a la temporada de lluvias.
De regreso vimos una de las sorpresas del día: unos monos nocturnos, que suelen pasar el día escondidos en los árboles. Fue un pequeño golpe de suerte que nos dejó con la boca abierta.
Después de un descanso en las hamacas, salimos de nuevo por la tarde, esta vez hacia una zona de selva inundada, más cercana al río Solimões (nombre del Amazonas antes de unirse con el río Negro). Esta parte es muy rica en biodiversidad y no tardamos en ver diferentes especies de aves, monos y hasta perezosos.
Uno de los momentos más especiales fue cuando vimos un perezoso de cerca. Adenir y sus hijos conocen bien este entorno y nos ayudaron a observarlo sin molestarlo. Estos animales, conocidos por su lentitud, parecen moverse en cámara lenta y es fascinante ver cómo se desplazan por las ramas.
Antes de terminar la jornada, visitamos a un pescador de la zona cuya familia había capturado una anaconda enorme. Nunca imaginamos estar tan cerca de uno de los reptiles más impresionantes y temidos del Amazonas. Aunque nos ofrecieron ponérnosla al cuello (algo muy habitual en algunas visitas turísticas, aunque no del todo recomendable), preferimos tocarla con cuidado. Su piel resbaladiza nos dio bastante impresión. Este tipo de serpientes mata por constricción, así que mejor mantener una distancia prudente en su hábitat natural.
El día terminó con un cielo de colores sorprendentes. El atardecer en la Amazonia tiene algo casi mágico. Paramoss unos minutos a contemplarlo en silencio, como si no quisiéramos que se acabara el día.
Excursión nocturna en barco
Por la noche salimos en busca de caimanes, aunque desde ese día para nosotros siempre serán “jacarés”, como los llamaba el hijo más pequeño de Adenir, con esa mezcla de ternura y respeto. Estos animales se camuflan durante el día entre la vegetación, pero por la noche sus ojos reflejan la luz de la linterna y brillan en la oscuridad.
Gracias a la experiencia de nuestro guía, pudimos ver de cerca cuatro caimanes de distintos tamaños. El más pequeño incluso lo cogimos en la mano un momento (con mucho cuidado, claro), mientras que el más grande, de casi un metro, preferimos simplemente observarlo sin hacer locuras.
Excursión a pie por la selva
Ver animales del Amazonas desde un barco es una experiencia impresionante, pero después de unos días navegando, teníamos muchas ganas de volver a pisar la selva más grande del mundo. Por eso, el segundo día hicimos una caminata por el bosque, guiados por Adenir, que abría camino entre la vegetación. Esta vez fue más complicado caminar que cerca de Santarém, porque el suelo estaba cubierto de hojas y plantas densas, lo que hacía que cada paso fuera un pequeño reto.
Además de las plantas y árboles que nos iba señalando Adenir, pudimos ver algunos animales que en el barco hubieran sido difíciles de observar. Entre ellos, varias tarántulas enormes, que habitan en agujeros bajo tierra. Adenir usó una ramita fina para hacerlas salir y observarlas mejor. Eran tan grandes que nos dio un escalofrío imaginar lo que pasaría si alguna de ellas nos picara, porque su veneno puede ser bastante doloroso aunque no mortal.
También vimos las hormigas gigantes, famosas en la Amazonia por sus picaduras extremadamente dolorosas, que pueden causar fiebre alta y son muy respetadas por los habitantes locales. Adenir, antes de ser guía, trabajaba con su familia fabricando artesanías para vender en tiendas de souvenirs; y aunque lleva años guiando turistas, todavía domina varias técnicas artesanales. Nos mostró cómo hacer un abanico con hojas de palmera en solo unos minutos, un detalle que conectó la cultura local con nuestra experiencia en la selva.
Excursión en canoa por la selva inundada
En nuestra última excursión, nos adentramos en el bosque inundado a bordo de una canoa. Remar por el agua entre la vegetación densa fue una experiencia diferente, con ramas rozándonos la cara y el sonido del agua acompañándonos. Nos recordó mucho la atmósfera cerca de Santarém, pero aquí la selva parecía aún más salvaje y cercana.
Este paseo nos regaló algunos de los momentos más auténticos, escuchando los sonidos del bosque y observando a los animales en su entorno natural. Vimos a los monos aulladores, conocidos por sus gritos fuertes y penetrantes que se oyen a kilómetros, así como algunos tucanes que parecían saludarnos con sus colores vivos y picos grandes. Fue una manera especial de cerrar nuestro tiempo en la Amazonia.
El último día lo pasamos con nuestra familia de la Amazonia, compartiendo momentos inolvidables. Al despedirnos y ver cómo Mirituba y la selva inundada quedaban atrás, sentimos una mezcla de nostalgia y gratitud por haber vivido una experiencia tan intensa y tranquila en un lugar tan especial.
Con esta etapa cerramos nuestra aventura de casi dos semanas en la Amazonia. Nos fascinó conocer de cerca la flora y fauna, pero sobre todo, la calidez y generosidad de la gente que habita la Amazonia profunda. Sin duda, un lugar al que algún día queremos volver.
Cómo llegar a Manaus, Brasil
Manaus es la ciudad más importante de la región amazónica y el principal punto de partida para explorar la selva. Para llegar, se puede optar por volar (nosotros volamos desde Santarém) o hacerlo en barco desde ciudades como Santarém o Belém. En nuestro caso, ya habíamos recorrido el río en barco durante el crucero entre Belém y Santarém, así que preferimos el vuelo para ahorrar tiempo y evitar más días de navegación.
Dónde dormir en la selva amazónica cerca de Manaus
Para vivir la selva en profundidad, nos trasladamos desde Manaus hasta la comunidad de Mirituba, situada a pocos kilómetros, pero muy lejos del ruido y la vida urbana. Hace unos años, Adenir y la comunidad construyeron un alojamiento sencillo y ecológico en la orilla de un lago, al otro lado de una colina cercana al pueblo.
El lugar cuenta con 6 casitas pequeñas donde solo hay espacio para colgar hamacas, y una casa redonda que funciona como cocina y comedor común. No hay electricidad, por lo que por la noche se usan velas, lo que crea un ambiente muy especial y tranquilo. Las duchas se abastecen con agua del lago, aportando un toque rústico que ayuda a desconectar por completo.
Este es el resumen de nuestra experiencia en la selva amazónica cerca de Manaus. Sin duda, una de las aventuras más emocionantes y enriquecedoras que hemos vivido.
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M’encanta el graffiti del toro i el torero… jejeje 🙂 Saluti da Roma! 😉
Sí, mola bastant! Una abraçada!
Hola! cual seria el barrio donde están los graffitis? y Hay alguna zona de venta de discos y lugares de shows ?
Buenas! Pues nosostros fuimos a una zona que se llama «Beco de Batman», pero en general hay muchos graffitis en la ciudad. Lo de los discos no sabemos decrite.